San Francisco de Asís

 El siglo XII es un tiempo de importantes cambios en la sociedad medieval: el comienzo de las Cruzadas y el crecimiento demográfico influyeron en el incremento del comercio y el desarrollo de las ciudades. Si bien, todavía era un modelo feudal y la economía seguía teniendo su base en el campo, una burguesía incipiente (artesanos, mercaderes, profesionales liberales y hombres de negocios) empezaban a tener un ascenso social, al tiempo que el comercio y la banca se fortalecían. La Iglesia Católica se encontraba dentro de la clase dominante, aumentando cada vez más su riqueza y poder. En este contexto, surgen grupos que critican a sus ministros y llaman a una vida de austeridad más cercana a los principios Evangélicos; algunos de estos se organizaron por fuera de la Iglesia, como los cátaros que predicaban el rechazo a lo material, los sacramentos, las imágenes y la cruz, y fueron perseguidos como herejes.

Cerca de 1207, el Papa Inocencio III tiene un sueño en el que ve a la iglesia de San Juan de Letrán, considerada la madre de todas las iglesias, derrumbarse y a un religioso pequeño e insignificante sostenerla sobre sus hombros, evitando el derrumbe.
Inocencio III fue un Papa poderoso, de gran cultura teológica y poder político; sin embargo, Dios elegiría a otro hombre, un pobre religioso de Asís al que todos creían loco para reconstruir su Iglesia y renovarla en el Espíritu de Jesús.


San Francisco de Asís

Giovanni di Pietro Bernardone nació en Asís, (1181/1182). Su padre era un importante mercader de telas que viajaba constantemente a Francia, motivo por el cual comenzaron a llamar a su hijo Francesco, el francés. Su madre era una noble provenzal.
Francisco llevaba una vida alegre y despreocupada. En correrías con sus amigos no ponía reparo en sus gastos y tenía sueños de éxito y riquezas como los jóvenes nobles de su época.
En 1202, a raíz de un conflicto entre Asís y Perugia, es hecho prisionero y luego cae enfermo. A su regreso a Asís, se produce un profundo cambio en el alma de Francisco que lo lleva a alejarse de sus andanzas juveniles, encontrándose en un tiempo de oración y relacionándose con su entorno de una manera mucho más sensible. Esto lo enfrenta a su padre que encuentra la actitud de Francisco inadecuada. 
En 1206, durante una oración contemplativa frente a la cruz de San Damián, templo que se encontraba en ruinas, escucha la voz de Cristo que le dice: "Francisco, vete y repara mi iglesia, que se está cayendo en ruinas". Frente a este llamado, decide vender su caballo y varias piezas de tela del taller de su padre y darle el dinero al sacerdote de San Damián para que repare el templo. 
Al enterarse su padre, se enfurece y va buscarlo para que le devuelva su dinero, llevándolo frente al Obispo de Asís. Es entonces, cuando Francisco le da sus vestidos a su padre y renuncia a su herencia y a todo bien material para consagrar su vida a su único Padre celestial.


A partir de entonces, se queda en San Damián y en 1207 viaja a Gubbio; allí, trabaja en el hospital cuidando leprosos. Luego regresa a Asís, y trabaja en la reconstrucción de San Damián, San Pedro de Merullo y Santa María de los Angeles en la Porciúncula. En febrero de 1209, Francisco siente el llamado de salir a predicar, tras escuchar el Evangelio en la iglesia de Porciúncula. Es entonces cuando  deja su vida ermitaña para salir a predicar y practicar el bien. Movidos por su predicación se unen en abril de ese mismo año Bernardo de Quintavalle y Pedro Cattani, a los que se suma tiempo después el sacerdote Silvestre. Es el comienzo de la Primera Orden, de Hermanos Menores, 
En poco tiempo se suman más seguidores y es cuando Francisco decide viajar a Roma para conseguir del Papa la aprobación de la Orden. Inocencio III es quien aprueba la primera regla de la Orden al reconocer en Francisco al pequeño religioso de su sueño. 
En 1212 Santa Clara se une a Francisco y juntos fundan la Segunda Orden, conocida como las clarisas. Francisco consigue que Clara y sus hermanas se establezcan en San Damián. Por su parte, Francisco acepta el ofrecimiento del abad benedictino que le sede la iglesia de Porciúncula para la Orden de los Hermanos Menores. 
Para el año 1215, la Orden tenía frailes en España y Francia; en ese mismo año, el Concilio de Letrán reconoce formalmente la regla de la Orden.
En 1219-1220, viaja a Siria y Egipto. Allí, el sultán Al-Kamil lo recibe con agrado y respeto, aunque no consigue su conversión. Pese a todo, permite a Francisco predicar en Tierra Santa. La predicación de Francisco permitió que el cuidado de los Lugares Santos quedaran a cargo de sus seguidores. 
A su regreso, la Orden había crecido y presentaba sus primeras divisiones. Es entonces, cuando a pedido del Papa Honorio III, redacta una segunda regla (1221). Finalmente fue la tercera regla que fue aprobada por el Papa en 1223. También funda la Tercera Orden (1221) integrada por hombres y mujeres laicos que deseaban abrazar la vida franciscana.
En la Navidad de 1223, en la ciudad de Greccio, convido a celebrar el nacimiento de Jesús a los pobladores en las cuevas de las montañas cercanas, dando así inicio a la tradición de los Pesebres Viviente.
En 1224, deja en manos de sus hermanos la Orden y decide retirarse al Monte Alvernia, para llevar una vida contemplativa. En septiembre de 1224, aproximadamente, recibe los estigmas de Cristo. Desde entonces, Francisco estuvo con sus manos ocultas en las mangas de su túnica y vistió medias y zapatos para ocultar las heridas de la gente.
De ahí en más, su salud comenzó a deteriorarse y sufrió ceguera. Regresa a Porciúncula y, después de muchos cuidados, fallece el 3 de octubre de 1226, a los 44 años de edad.
Es canonizado en 1228, por el Papa Gregorio IX. Su vida se celebra el 4 de octubre.



"(Francisco) sabía que Cristo nunca es "mío", sino que siempre es "nuestro"; que a Cristo no puedo tenerlo "yo" y reconstruir "yo" contra la Iglesia, su voluntad y sus enseñanzas; sino que sólo en la comunión de la Iglesia construida sobre la sucesión de los Apóstoles se renueva también la obediencia a la Palabra de Dios"
Benedicto XVI, 27/01/10


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