Vigilia de Pentecostes

La Vigilia de Pentecostes que solemos celebrar cada año en nuestras comunidades, es un encuentro de reflexión y relectura de la irrupción de Espíritu Santo en la historia de la humanidad.
 
 
Esta irrupción dará nacimiento a la Iglesia, el Nuevo Pueblo de Dios, la nueva civilización que transformará a toda la humanidad. 
Este año, las particularidades en las que nos encuentra esta celebración, hace imposible ese encuentro en nuestras comunidades, por lo que no estaría mal, buscar en nuestros hogares ese encuentro con el Espíritu Santo, Vivo y Activo en cada uno de nuestros corazones.

Pentecostes

Tenemos, muchas veces, la creencia de un nuevo pentecostes, que traerá una renovación de la Iglesia o algún milagro inesperado; pero, la realidad es que Pentecostes, esa llegada del Espíritu Santo, aquella que cuenta San Lucas en Hch. 2, 1-11, ya ocurrió, una vez y para siempre. Al igual que la Resurrección de Jesús o su Ascensión. No se repite de año en año. La Liturgia de la Iglesia, con sus distintas celebraciones, hace memoria viva, activa, de estos acontecimientos, y nos invita a reflexionar sobre ellos a la luz del tiempo que atravesamos para luego poner en práctica la enseñanza que esos hechos nos dejan para cada momento puntual, de nuestra historia personal y comunitaria.
El Espíritu Santo que hemos recibido en nuestro Bautismo, comienza en ese sacramento, su obra transformadora de nuestro ser; esa acción se confirma, se afianza en el sacramento de la Confirmación, haciéndonos testigos fieles de Jesús. El Espíritu Santo, con el mismo poder de aquel Pentecostes que narra San Lucas, mora en nosotros, proporcionándonos todos los dones y carismas -las herramientas- que precisamos para continuar la obra trasformadora de la Iglesia, que comenzó  con Pedro, María y los Apóstoles y continua firme con nosotros, hasta el fin de los tiempos.
Es por eso, que la Iglesia nos invita en esta celebración de la Vigilia de Pentecostes, a releer todos  los dones otorgados por el Espíritu Santo a los cristianos, para redescubrirlos en nosotros y llevarlos en la práctica del Evangelio hacia los demás.

Los dones del Espíritu Santo

Los dones del Espíritu Santo, son las semillas que Dios planta en nosotros en nuestro Bautismo; van creciendo y desarrollándose en nosotros, conforme vamos creciendo y desarrollando distintas virtudes, talentos o habilidades. No es algo que debamos esperar; están en nosotros. Descubrirlos, potenciarlos y ofrecérselos a Dios para el bien de los demás, es nuestra misión a lo largo de nuestra vida.


  1. Ciencia: Es la capacidad de encontrar a Dios en su Creación. Descubrir nuestro universo desde la ciencia divina, aquella que "dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que Él llamó según su designio" (Rom. 8, 28). El don que nos ayuda a estudiar, aprender y retener información, haciendo un buen uso de ello. Para que veamos y encontremos a Dios en todas las cosas y las orientemos hacia Él, poniéndolas al servicio de los más necesitados.
  2. Consejo: Es la habilidad de enseñar e informar, de guiar y dirigir, recomendar y animar. El don de escuchar a otro y empatizar con él, ayudándolo a encontrar el mejor camino a seguir. Y, también de recibir consejos, discernirlos sin ira o prejuicios, para mejorar como personas. Nos permite acompañar a nuestros hermanos en la toma de decisiones libres, responsables y autónomas. 
  3. Entendimiento: Es la habilidad de percibir, comprender e interpretar la información; discernir el significado de los hechos personales y comunitarios, más allá de la simple apariencia, desde la acción salvífica de Dios. Para que penetremos en la profundidad del mensaje evangélico y así, podamos conocer a Jesús, amarlo, seguirlo e imitarlo en el servicio.
  4. Fortaleza: Es el don que nos permite superar nuestros miedos y caminar con Cristo, superando la tentación de caer en la presión que ejerce las normas sociales, los prejuicios, las grandes masas. Nos permite, al igual que aquellas primeras comunidades cristianas, a mantenernos firmes, leales a Cristo y su Evangelio, frente a toda persecución o burla, aún a riesgo de perder la vida; para que sintamos la fuerza de Dios en nosotros, plenamente consientes de que "todo lo puedo en Aquel que me fortalece" (Fil. 4, 13).
  5. Piedad: Es la capacidad de vivir humildemente y caminar con Dios, en total respeto por todos sus hijos. Es el don que nos llama a rezar, a adorar, buscar una vida de santidad, en obediencia a Dios y servicio a nuestros hermanos. Nos hace sentir hijos de Dios y hermanos de todos los seres humanos, en la experiencia del Amor.
  6. Sabiduría: Es la capacidad de descubrir a Dios en todas las cosas, en todos los hechos, personales e históricos, y en todas las personas. Poder discernir entre el bien y el mal, con una sabiduría divina, más allá de la simple apariencia o prejuicio. Nos impulsa a buscar y defender la verdad y la justicia, equilibrando el bien personal con el bien común. Nos hace sentir y gustar la presencia viva de Dios en nosotros y, por medio de  discernimiento, cumplir su Voluntad.
  7. Temor de Dios: Nos hace consientes de que estamos permanentemente en presencia de Dios; nos hace despreciar la autosuficiencia humana, reconociendo que todo proviene de Él, de su Divina Providencia y Misericordia. Y, así, venzamos el mal, haciendo el bien, respetando a Dios presente en todas las criaturas.
No son necesarios grandes rituales para alcanzar estos dones, ni para encontrarlos en nosotros. Solo basta con ser humildes y entender lo necesitados que estamos de su gracia. Solo basta acudir desde la oración sencilla, desde el deseo profundo del corazón al Espíritu Santo y, Él, hará en nosotros su Morada, transformando todo nuestro ser.


Secuencia de Pentecostes 

Ven, Espíritu Divino
y envía desde el cielo, un rayo de tu Luz.
Padre amoroso del pobre,
Don, en tus dones espléndido,
Luz que penetra las almas,
Fuente del mayor consuelo. 

Ven, dulce Huésped del alma, 
descanso de nuestro esfuerzo.
Tregua en el duro trabajo, 
Brisa en las horas de fuego, 
Gozo que enjuaga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz; y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si Tú le faltas por dentro.
Mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía.
Sana el corazón enfermo.
Lava las manchas. Infunde
calor de vida en el hielo.
 Doma el espíritu indómito.
Guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito,
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
Amén. Aleluya.




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