Evangelio de día (domingo 13 de septiembre, 2020)

 Evangelio según San Mateo

Entonces se adelantó Pedro y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?" Jesús le respondió: "No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete.
Por eso el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Señor, dame un plazo y pagaré todo". El rey se compadeció, lo dejó ir y, además le perdonó la deuda.
Al salir, el servidor se encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: "Págame lo que me debes". El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: "Dame un plazo y te pagaré la deuda". Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó a llamar y le dijo: "¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?" E indignado, el rey lo entregó a los verdugos hasta que pagará todo lo que debía. Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos".
Palabra de Dios. (Mt. 18, 21-35)

Nos cuenta San Mateo

Como veíamos el domingo pasado, este cuarto discurso de Jesús, es una instrucción pastoral para la comunidad que él ha formado. Este discurso cierra con la forma en la que debemos actuar frente a las ofensas, cuál debe ser la actitud de este "nuevo" pueblo que está surgiendo frente a los agravios. Aquí, el perdón y la justicia son los que marcaran el camino a seguir. Frente a la pregunta de Pedro sobre cuántas veces se debe perdonar, ¿hasta siete?, Jesús responde "setenta veces siete". No son números casuales; en la numerología bíblica, "siete" es el número que simboliza la perfección. La pregunta de Pedro es, pues, cuál es el perdón perfecto, puro, verdadero. Jesús, a su repuesta, la ejemplifica con una parábola, dónde cuenta la historia de un rey al que, decidido a arreglar cuentas con sus servidores, le presentan uno que debe una cifra millonaria, imposible de pagar, diez mil talentos. Frente a la súplica del servidor, el rey se compadece y le perdona la deuda. Al salir, este servidor se encuentra con un "compañero", alguien como él, que le debe dinero, una deuda mucho menor a la que le acaba de perdonar su señor, pero no escucha la súplica de su compañero y lo envía a la cárcel, por apenas cien denarios. Enterado de lo ocurrido por quienes son testigos de esta escena, el rey lo manda a llamar y le reprocha por su actitud: "¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?" Indignado, lo entrega a los verdugos para pagar todo lo que debe. Con esta sencilla historia, Jesús deja ver que el verdadero perdón es el perdón que nace del corazón, desde la empatía con el otro, desde la compasión. Perdonar como Dios nos perdona cada vez que acudimos a él con un corazón sincero, arrepentido. Pero, también deja en claro, que ese perdón no significa impunidad  frente a las  injusticias.

Jesús nos dice hoy

Hace años, vi una película basada en un hecho real ocurrido en la provincia de Catamarca, donde una joven adolescente es violada y asesinada. Fue un crimen brutal de gran repercusión en la opinión publica que pese a la inclaudicable lucha y reclamo de justicia de todo un pueblo, hasta el día de hoy, continúa impune. En una escena de esa película, una compañera de la joven asesinada le pregunta a la Madre Superiora que encabeza esa lucha por esclarecer el hecho, si puede perdonar a los asesinos de la muchacha; luego de un silencio, la Madre Marta responde: "Perdón si; impunidad, no". Siempre quedó latente esta respuesta en mí. Por desgracia, vivo en un país donde la impunidad es moneda corriente, en todas las esferas sociales, a tal punto, que lo hemos naturalizado como algo "normal". El "perdón" y la "impunidad", no son lo mismo. El servidor del relato, no estaba "arrepentido", tan solo buscaba escapar del castigo. 
Es mucho lo que le debemos a Dios, una deuda imposible de pagar, porque ¿con cuánto, con qué podríamos pagar el precio de estar vivos, de existir, de haber nacido?  Y, más aún, cuando defraudamos esa vida que nos concedió, cuando erramos y acudimos a él, Dios nos perdona siempre, sin llevar cuenta de nuestros errores. Si él, siendo Dios, Perfecto y Puro, se compadece de nuestras miserias y equivocaciones, ¿no deberíamos nosotros tener la misma compasión, la misma misericordia con nuestros hermanos? Por supuesto que sí. Pero quienes son testigos de lo que servidor hace con su compañero, no se quedan callados, indiferentes a la injusticia que este acaba de cometer. Se apiadan del pobre compañero y buscan hacerle justicia, ayudarlo en su desventura. Y, el rey escucha, dando a cada uno lo que corresponde. "Perdón si, impunidad no"
No podemos quedarnos indiferentes ante el dolor de las víctimas de la violencia, la desigualdad, la falta de educación, de vivienda, de salud, de dignidad. No podemos quedarnos de brazos cruzados y "perdonar todo", en el Nombre de Dios, porque no todo perdona Dios; el infierno existe y quienes no hayan querido andar por el recto camino, tendrán su castigo, como lo tuvo el malvado servidor. Debemos comprometernos con la justicia, en todos sus ámbitos, desde las instancias legales que correspondan a cada situación, desde el respeto, la verdad, pacífica pero activamente, siempre acompañando, conteniendo a la víctima, al justo, al débil, al doliente, más allá del credo, la condición social o la raza. Porque el verdadero perdón es aquel que busca la justicia, reparar el daño causado, andar caminos de encuentro, uno con otro, como hermanos.


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