Evangelio del día (domingo 27 de septiembre 2020)

 Evangelio según San Mateo

"¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: 'Hijo, quiero que vayas a trabajar a mi viña'. El respondió: 'No quiero'. Pero después se arrepintió y fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: 'Voy, Señor', pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?". "El primero", le respondieron.
Jesús les dijo: "Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él."
Palabra de Dios. (Mt. 21, 28-32)

Nos cuenta San Mateo

Esta última sección narrativa de San Mateo en su Evangelio, nos muestra el paso de Jesús por Jerusalén hacía su Pasión, En ella, además de las últimas directivas a la comunidad que ha formado en torno suyo, se muestra cómo se fue entretejiendo la siniestra trama que lo lleva a Monte Calvario. Jesús forma una comunidad nueva, con lo "peor" de Israel y le da la herencia del Reino, le confía la promesa mesiánica de su Padre. Los anima a ser una sociedad superadora de todo lo conocido hasta ese entonces; su piedad debe ser superior a la de los escribas y fariseos, las máximas autoridades religiosas, políticas, morales. Deben aspirar a la perfección del Padre, deben estar más allá de la justicia humana y practicar el perdón, el amor de la misma manera que Dios; deben, en definitiva, ser la presencia viva de Dios en medio de su Pueblo. 
Jesús acaba de entrar a Jerusalén aclamado por la multitud como el Mesías prometido; ha echado a los mercaderes del Templo y les ha reprochado su falta de respeto a la santidad del lugar; ha secado una higuera con solo maldecirla, ha curado a ciegos y  demás enfermos; y, ahora, se encuentra enseñando en el Templo de Jerusalén, el único donde habita el Dios Vivo, con una autoridad nueva, respetada por todo el pueblo, y que pone en duda la de los escribas y fariseos, dejando al descubierto, su hipocresía y abusos. 
Es por eso, que lo enfrentan preguntando: "¿Con qué autoridad haces estas cosas?" Jesús entonces les responde con otra pregunta: "¡De dónde venía el bautismo de Juan? ¿Del cielo o de los hombres?" exponiendo su malicia una vez más, delante de todos.
Y continúa con esta parábola, dónde un padre tiene dos hijos; al primero le pide que vaya a trabajar a su viña y este se niega, pero luego se arrepiente y obedece. El segundo, en cambio, responde complaciente que sí, pero nunca va, desobedeciendo a su padre. Así, les reprocha su actitud, hipócrita, que se vanagloria en una santidad que no practican más que en apariencia, menospreciando a aquellos que, pese  a sus pecados, se han arrepentido de corazón y buscan fervientemente emendar sus vidas, reparar sus errores, en la practica del amor fraterno y el perdón. 

Jesús nos dice hoy.

La Iglesia que establece Jesús, irrumpe en la historia de la humanidad como una sociedad, superadora de toda organización humana, Nos es algo nacido de los hombres, sino de Dios; es Dios mismo, presente, activo en medio de su Pueblo. La Iglesia es, pues, la comunión perfecta entre Dios y la humanidad. No son algo distinto, separado; son lo mismo, indisoluble. Y, si bien, como seres humanos estamos limitados por el pecado, la presencia viva, activa de Dios en nosotros, es la luz que nos muestra nuestras oscuridades y la fuerza interior, el Espíritu Sanador, que nos permite superarlos, la gracia que se vuelve misericordia en nosotros para los demás. Por eso, el único mandamiento es el amor, que se manifiesta en perdón, de unos con otros, hermanos, hijos del mismo Padre.
Las primeras comunidades cristianas tenían muy arraigado ese espíritu de gracia que los unía profundamente entre sí; el modo en que convivían entre ellos y con los demás, su actitud frente a los paganos, a sus perseguidores, llamaba a tal punto la atención de sus contemporáneos, que muchos se convertían movidos por esa misericordia que les hacían experimentar, misericordia que los hacía fácilmente reconocibles como cristianos. Tenían, pues, muy vívida la experiencia del perdón, la Redención que Jesús había derramado en sus vidas.
El paso del tiempo, el acostumbramiento a la "religión" en la que nacimos y fuimos formados desde que tenemos uso de razón, nos fue lentamente "farieseando", volviéndonos hipócritas convencidos de que con ir a misa todos los domingos y rezar el rosario, éramos "santos"; nos sentimos dueños de la verdad, de la "única" Iglesia que fundó Jesús porque fuimos bautizados en el Catolicismo o cualquier  otro culto cristiano. Miramos despectivamente a quien no concurre al templo, profesa otra religión o, simplemente, no tiene nuestra misma postura frente a la vida. Jesús nos dio el "mando" de la Iglesia, del Reino de Dios, y, solo ´por eso, ya somos seres superiores, con derecho a juzgar y discriminar a nuestro antojo. En definitiva, con el paso del tiempo, lentamente volvimos a levantar todo lo que Jesús vino a derribar para siempre. Es propio del ser humano.
Hoy Jesús nos interpela a través de sus santos, de su Palabra siempre viva, incluso de aquellos que consideramos "pecadores", porque no comparten nuestra fe o nuestra forma de vida. Nos interpela en nuestros hermanos que se han quedado sin trabajo, sin techo, sin salud, sin dignidad. Es fácil hospedar a un familiar, al que amamos, pero cuesta un poco más con el desconocido. Es sencillo llevar a Caritas la ropa que ya no usamos, pasada de moda, incluso rota o sucia. Pero, cuesta un poco más ir hasta la tienda y llevar una campera o vestido nuevo. Es fácil hablar de fulano o sultana, pero escucharlos implica comprometernos con lo que les pasa, involucrarnos, empatizar. Y nos enfurece de igual manera que a los fariseos cuando nos damos cuenta que Jesús vuelve a "quitarnos" el Reino para confiárselo a quienes despreciamos. 
Así como antaño, la actitud de los primeros cristianos llevaba a la conversión de muchos, hoy nuestro fariseísmo lleva al ateísmo. Y Jesús sigue viniendo, una y otra vez, en busca de los que se alejaron, de los que se apartaron del Camino, de los que no encuentran el sentido de la vida, de los que sufren, de los que esperan... Los que esperan tu  mano amiga. Hoy Jesús, viene a ellos a través nuestro, los abraza en nuestro abrazo, los recibe en nuestro hogar, los escucha en nuestros oídos, los ama en nuestro amor.
Revivir ese Espíritu de las primeras comunidades cristianas en nuestro ser es el gran desafío al que nos enfrentamos cada día, es la gran misión a la que estamos llamados, para que cada vez que alguien te mire a los ojos, descubra en ellos, la dulce mirada de Jesús amándole.


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