Evangelio del día (domingo 22 de noviembre de 2020)

 Evangelio según San Mateo:

Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas la naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: "Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo,  porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver". Los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?" Y el Rey les responderá: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de  mis hermanos, lo hicieron conmigo."
Luego dirá a los de su izquierda: "Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no  me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron." Estos, a su vez, le preguntarán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te socorrimos?" Y él les responderá: "Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo." Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna"
Palabra de Dios. (Mt. 25, 31.46)

Nos cuenta San Mateo

En este breve relato apocalíptico, Mateo, nos ilustra cómo será el Juicio de Dios, y aquello que tendrá en cuenta a la hora de juzgar nuestro paso por esta vida. 
No será nuestra "religión", nuestra raza o condición social; nada dice sobre rosarios, misas o sacramentos; la vara con la que nos mide es mucho más sencilla y al alcance de cualquiera de nosotros, de todos nosotros, ateos, cristianos, judíos o musulmanes. Y esto, que puede parecer a simple vista "hereje", es el principio de nuestra salvación, que no es un "privilegio" de la Iglesia Católica, sino un derecho de todo ser humano; porque todos, ateos, judíos o cristianos somos hijos de un Único Padre, que nos convoca como hermanos por todos los caminos de nuestro corazón.

Jesús nos dice hoy

Nuestra Iglesia Católica (al igual que todas las religiones del mundo) tiene una ritualidad, que se basa, principalmente, en los Sacramentos y que forman parte de nuestra espiritualidad. Es importante nuestra participación activa y celebrante de esta ritualidad, porque no es casual o caprichosa, ya que nos nutre espiritualmente, nos forma como cristianos, nos comunica con Dios y entre nosotros; los Sacramentos, la oración y la lectura orante de la Palabra, son el alimento de nuestra fe y la brújula que guía nuestra acción comunitaria. Sin embargo, más que la "cantidad" de misas a las que asistimos, lo que Jesús tendrá en cuenta es el "uso" que hicimos de ellas. Porque no es nuestra "ritualidad" lo que él va a valorar, sino nuestro corazón. 
Cualquiera de nosotros daría albergue sin dudarlo a Jesús; cualquiera le ofrecería alimento o abrigo; nos llenaría de pesar y preocupación saberlo enfermo o preso; con Jesús todos seriamos solidarios y misericordiosos. También lo somos con nuestra familia, amistades, parroquianos, compañeros de trabajo, aunque tuviéramos alguna diferencia o enojo... Pero, ¿con el vecino que nos agrede? ¿con el desconocido en la calle, borracho, drogado, sucio? ¿con el delincuente que intentó robarnos? Decimos rápidamente que sí, porque en "ellos lo vemos a Jesús" Sin embargo, ¿fue a Jesús, a quién vieron los benditos de Padre? 
"Los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?" Mt. 25, 37-39
¿Cuándo te vimos? Y, aquí, está la clave... Los benditos del Padre, los justos, nunca vieron a Jesús: VIERON UN SER HUMANO PRECIDADO DE AMOR. Sin esperar más recompensa que el bien del otro, actuaron, con lo que tenían, con lo que podían; vieron un hermano, sintieron su dolor, se compadecieron y el amor hizo lo demás. Y, esto no es exclusividad de una "religión".
A lo largo de toda la historia de la humanidad, en toda región, en todo pueblo, en toda cultura, los seres humanos han enfrentado al pecado haciendo el bien, se han unido mejor o peor organizados, con aciertos y desaciertos, para lograr un bien común; desde Espartaco y su lucha por la libertad de los esclavos romanos, pasando por los cientos de personas que arriesgaron su vida para salvar a los perseguidos de los nazis, hasta las miles de fundaciones, ong, asociaciones y entidades que a lo largo y ancho de todo el planeta, se unen para acercar todo tipo de ayuda, en guerras, enfermedades, pobreza,  catástrofes; porque al igual que el "pecado", es propio del ser humano la empatía, la solidaridad, la bondad, la unión. Nuestra "ritualidad", nuestra fe en Cristo debe ser, simplemente, las herramientas, la instancia, el espacio de perfeccionamiento de esa naturaleza amorosa que habita en nosotros, y que fue la gracia que Dios nos concedió para cuidar los unos de los otros, como el Padre cuida de cada uno de nosotros. De todos nosotros.
Por eso, cuando mires a alguien a los ojos, no busques a Jesús, busca al ser humano que habita en esa mirada y ofrécele lo mejor de vos; y, al encontrarlo descubrirás que Dios sonríe en los Cielos.


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