Evangelio del día (domingo 14 de febrero de 2021)

 Evangelio según San Marcos:

Entonces se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme" Jesús conmovido, extendió su mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado" En seguida la lepra desapareció y quedó purificado. Jesús lo despidió advirtiéndole severamente: "No le digas nada a nadie, pero ve al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que le sirva de testimonio". Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos.  Y acudían a él de todas partes.
Palabra del Señor (Mc. 1, 40-45)

Nos cuenta San Marcos:

En esta parte de su Evangelio, San Marcos nos narra el comienzo de la predicación de Jesús en Galilea. Estos relatos poco dice de cómo fueron esos primeros discursos, solo que llenaban de asombro y admiración a sus oyentes y les hacía sentir "nuevas" las ya conocidas enseñanzas, dejando en ellos latente, la pregunta desde la cual, Marcos centra todo su Evangelio: ¿Quién es este?... En cambio, si hace un relato más detallado de las "acciones" de Jesús, dando un lugar destacado a diversas curaciones. Comienza con la suegra de Pedro, su anfitrión, que se encuentra en cama y luego, con distintos enfermos que se van acercando. Se retira a un lugar apartado para orar, y Pedro va a su encuentro porque "todos te están buscando". Y, luego de decidir seguir su viaje, para predicar en las poblaciones vecinas, "porque a esto a venido", se encuentra con este hombre, enfermo de lepra que, desafiando todas las normas de la época, se arrodilla ante él y le dice: "Si quieres, puedes purificarme". Jesús se conmueve y "tocándole" responde: "Lo quiero, queda purificado". Luego le pide enérgicamente que no cuente lo sucedido, pero que se presente ante el sacerdote para dar cumplimiento a todo lo establecido en la Ley de Moisés. Pero, el hombre no logra ocultar su dicha por haber recuperado su salud y todos se enteran, debiendo Jesús tener que permanecer fuera de las ciudades, en lugares desiertos. Sin embargo, seguían acudiendo a él de todas partes.

Jesús nos dice hoy:

La autoridad de la predica de Jesús, que la volvía "nueva" para sus discípulos más que en sus palabras se fundamentaba en sus acciones. Todos los pueblos de la antigüedad tenían diversos dioses que impartían enseñanzas nobles. Israel había escuchado durante siglos la Palabra de Dios, no solo a través los fariseos y sacerdotes, también a través de los profetas y cientos de hombres y mujeres santos, que vivían una vida de piedad y consagración. ¿Qué hacía a Jesús tan especial? porque ellos solo veían a un hombre como todos, con una vida sencilla de artesano. En definitiva, ¿qué hace de nuestro Dios, un Dios tan especial? El Amor, el amor desesperado por la humanidad, un amor que perdona todas las traiciones e ingratitudes, que permanentemente sale a nuestro encuentro, aún aunque lo abofeteemos en la cara, un amor que se conmueve frente a nuestro dolor, frente a nuestra fe, frente a nuestra debilidad. Un amor que no teme contagiarse ni de lepra, ni de COVID-19 al tocarnos, al consolarnos, al cuidarnos. Y, tampoco teme enfrentar el rechazo de los demás por cuidarnos, por abrazarnos. 
Siempre han sido dolorosas para todos las enfermedades, para quien la padece y para sus familiares. Pero, en tiempos de Jesús, además del daño físico que experimenta todo ser humano, estaba la falta de acceso a tratamientos y medicación, la falta absoluta de cualquier posibilidad de trabajo para su sustento y la condena social, porque la enfermedad era considerada un "castigo divino" por sus pecados o los de sus padres. Eran personas impuras, absolutamente despreciadas por todos a su alrededor. La sola mención de la lepra, provocaba espanto, por ser altamente contagiosa; debían dejar su casa, su familias, todo su mundo, y retirarse fuera de las ciudades; cuando debían entrar en algún poblado, tenían que hacerlo gritando o tocando una campana, para que todos se alejasen a su paso. Y, si alguien tenía algún tipo de contacto físico con ellos o cercanía, aunque no se contagiasen, quedaban automáticamente "impuro" y fuera de la sociedad hasta que se completase el tiempo, y ritos de purificación, cada vez más engorrosos. Enfermarse, de lo que fuera era aún peor que morir. 
Jesús no solo devuelve la salud; con su actitud frente a todos los enfermos cambia la visión de la enfermedad, y hasta su sentido, en la Cruz. Quita de la cabeza esa falsa idea de que Dios "castiga" y nos hace entender que un enfermo no es un "delincuente" a quien juzgar y castigar, sino un hermano que hay que abrazar en su dolor y ayudarle a ser más liviana su carga. Y, también, nos enfrenta a nuestra soberbia: un virus microscópico, invisible, basta para hacernos perder en un segundo todo nuestro universo, volvernos frágiles y necesitados de cuidados, nos mata. Poco le importa nuestra raza, credo, condición social; poco podemos hacer frente a él, el dinero solo nos costea un funeral más lujoso, solo eso. Frente a la enfermedad, todos somos débiles, vulnerables y estamos absolutamente solos. 
Imaginamos que hoy día, somos mucho más "piadosos" frente a los demás; pero, esta pandemia nuevamente nos enfrentó a nuestra hipocresía y nos descubrimos temerosos de contagiarnos, distantes unos de otros, prejuiciosos, como 20 siglos atrás. Y, lo cierto es que siempre lo hemos sido. Si tiene VIH, no "se cuidó"; si tiene cáncer, es porque fuma mucho; si contrajo dengue, es porque es un pobretón, que vive entre cacharros sucios. Si la enfermedad es contagiosa, tenemos miedo; si es terminal, nos deprime el deterioro. Y, si el milagro no llega, le falta fe.
Lo cierto es que nadie tiene culpa de su enfermedad; nos sorprende a la vuelta de cualquier esquina, sin pedir permiso y nos vuelve vulnerables. Jesús con su actitud nos enseña que debemos ir hacia el enfermo con una sonrisa, sin prejuicios y solo estar, estar amorosamente. Acompañar, escuchar, animar. Orar por el milagro, con fe, con determinación, pero también con aceptación de su Voluntad. Muchos se alejaran. Muchos más vendrán a descansar, a buscar, a sentir en nuestra compañía, la presencia viva de Dios, cuidándolos, y esa es la mayor recompensa. Porque frente a la enfermedad, no siempre hay cura, pero siempre está a nuestro alcance el más efectivo tratamiento, ese capaz de "robarle" un milagro a Dios: el Amor.


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