San Martín de Porres

 En la ciudad de Lima (Perú) a principios de siglo XVII, unas 2.000 familias españolas dominaban toda la población, formada por 25.000 indios y 40.000 negros, en su mayoría esclavos con algunos pocos libertos; el resto eran mestizos reducidos a la servidumbre o la esclavitud. 
A las división de razas, se sumaba una profunda división de clases, donde sólo una reducida casta aristocrática española, gozaba de plenos derechos y privilegios; a estos, le seguían los ricos sin título y los criollos (nacidos en América, hijos de europeos), odiados por los aristócratas que los excluían de los altos cargos y le negaban reconocimiento público. En el último lugar de esta sociedad desigual, se encontraban los indios y negros, explotados y esclavizados por españoles y criollos por igual, y más abajo aún, los mestizos, despreciados incluso por indios y negros que los consideraban inferiores a ellos debido a la "mezcla" de razas. 
Negros, indios y mestizos, eran destinados a las minas y la agricultura; también eran utilizados en la industria, trabajos manuales y domésticos. Pero carecían de todo derecho y esperanza de movilidad social o económica. 
Entre este último grupo de mestizos, un pequeño mulato ve a un aristócrata español dar una limosna a un mendigo de la plaza frente a la Catedral, recientemente inaugurada por Pizarro; la moneda cae y rueda por el pavimento. El pequeño mulato, con extraordinaria agilidad, recoge la moneda entre un montón de chiquillos que corren para alcanzarla, y se la entrega al mendigo. Luego, se aleja repartiendo entre los pobres que le pedían comida, el pan y las frutas que llevaba en su cesto. Esta actitud del mulato, despierta el asombro y la admiración del español que había dado la limosna desganado, sin sospechar siquiera que se trataba de su propio hijo. Mucho menos podía imaginar don Juan de Porres, que aquel chiquillo insignificante, mulato y bastardo, sería el que Dios elegiría para consagrarlo santo y curar la injusta sociedad de su tiempo.


San Martín de Porres

Don Juan de Porres era un  alto funcionario del gobierno español que, durante su estadía en Panamá, conoce a Ana Velázquez, una mulata liberta con la que tiene un romance. Su cargo y linaje le impedían desposarla, por lo que convive en secreto concubinato. Cuando es trasladado con su tío, don Diego de Miranda a Guayaquil, Juan decide enviar a Ana a Lima. Allí, el 9 de septiembre de 1579, nace el primer hijo de la pareja al que bautizan ese mismo día en la iglesia de San Sebastián con el nombre de Martín. Algunos años después, en ese mismo templo recibiría el bautismo una niña, santa Rosa de Lima. También fruto de esta relación, Ana dará a luz a Juana, hermana menor de Martín.
Este relato del encuentro de Martín con su padre que narra Gainor en libro "San Martín de Porres", aunque ficticio, describe magistralmente el temple de este niño que hizo de su vida, el servicio amoroso a sus semejantes. Lo cierto es que, a la edad de 8 años, aproximadamente, su padre decide reparar el daño y la pobreza a los que había condenado a su familia y vuelve a Guayaquil para hablar con su tío, dispuesto a pedirle que reciba a los niños en su hacienda. De Miranda que ya estaba enterado del romance de su sobrino a través de sus informantes, accede y finalmente, Martín y Juana viajan a Ecuador. La niña es dejada en un convento, al cuidado de las monjas para su educación; Martín será llevado con su protector, el padre Salvador, hombre piadoso que se encariña rápidamente con el muchacho y lo educa en la fe católica. Queda profundamente admirado por la devoción y entrega de Martín que resulta insaciable frente a la Palabra de Dios. Es entonces, cuando conoce a Pepe e Inés un matrimonio inca, que le enseñan la ciencia de la medicina aborigen; también conocían las prácticas médicas de los esclavos negros. Martín comienza a descubrir en su corazón el llamado del Señor. 
Luego de dos años, don Juan de Porres es nombrado gobernador de Panamá; pese al esfuerzo que hace por convencer al niño de quedarse en la hacienda de su tío, Martín desea volver a Lima junto a su madre y a "sus pobres", por lo que el padre accede a su pedido y lo regresa con su madre, recomendándolo como aprendiz a Marcelo de Rivera.
En poco tiempo, Martín se gana el afecto y el respeto del médico y boticario, que le trasmite todos sus conocimientos.
En 1594, con 15 años, ingresa al convento de los dominicos, por invitación de fray Juan de Lorenzana. Llega al convento como "donado", terciario, debido a que era hijo ilegítimo. Es destinado a la limpieza y al servicio de los enfermos. Martín, además, seguiría acudiendo a asistir a las familias pobres, llevando comida, ropa, medicamentos. Poco a poco, va ganándose el cariño de personas de todas las razas y condición social: ricos y pobres, blancos, indios y negros, españoles y criollos, trabajadores y gobernantes. Todos acuden a él en busca de alivio para sus necesidades. A todos recibe y anima con el mismo amor, para todos tiene algo en su cesto, para todos tiene tiempo.
Inadvertidamente, va borrando en su entorno, con su humildad y generosidad, las diferencias que separaban a unos de los otros.
"Para Martín, en su servir a los enfermos y necesitados, toda la raza humana era una gran familia en Cristo, con Dios por Padre de todos."
 Visitaba Limatambo, la hacienda que tenían los hermanos dominicos para atender las necesidades de los trabajadores humildes. Allí, repartía ropa y alimentos, predicaba, asistía enfermos y ayuda en las tareas de la hacienda. 
Se cuenta que tenía un don especial con las plantas, que crecían más rápidamente de lo normal, y los animales, que parecían entenderle y obedecerle. Tenía por costumbre plantar árboles frutales en lugares públicos para que los pobres tuvieran libre acceso a sus frutos. Su gran carisma, lograba que los ricos hicieran donaciones que le permitía dar a los más humildes suficiente ayuda. Muchas  veces, le donaba a las jóvenes la "dote" para que pudieran desposarse o ingresar a los conventos; esta costumbre estaba muy arraigada en la sociedad limeña, y muchas chicas no contaban con el dinero, por lo que Martín acudía a quienes podían donárselos. 
El amor y dedicación que ponía en cada acción, hizo que en 1608, ingresara a la Primera Orden y tomara los votos como parte de los dominicos. Con la ayuda de donaciones, crea la "Casa para niños  de la Santa Cruz" que asistía a niños de todas las edades y a sus familias, y ayudaba a las jóvenes a conseguir sus dotes. 
Entre las gracias concedidas, se cuentan el don de bilocación y de levitación. Infinidad de historias cuentan de milagros de sanación. 
Después de una larga enfermedad, muere el 3 de noviembre de 1639, a las 21 hs., tal como él lo había predicho, rodeado de sus hermanos dominicos. La noticia de su muerte recorre rauda las calles de Lima, y enseguida, acuden a despedirlo gentes de toda procedencia y raza. Junto a Martín, desaparecen ricos y pobres, negros, indios mestizos y blancos. Todos vienen con un mismo corazón, con un mismo sentimiento a despedir al amigo que parte a la Morada del Padre, al hermano que los hizo hermanos.
"Martín no era un "reformador social", en el sentido que se usa ese termino hoy día. Reformó a la sociedad reformándose a sí mismo".
Fue beatificado el 10 de septiembre de 1837. 
El 3 de noviembre de 1939, es nombrado por su pueblo, "Patrono y especial protector de la justicia social del Perú" . Finalmente, el 6 de mayo de 1962, Juan XXIII, lo canoniza en Vaticano, frente a una multitud de fieles de todo el mundo. Su vida se celebra el 3 de noviembre.


"Martín vio en cada ser humano un alma inmortal redimida por la Sangre de Cristo. El color o rango social de ese ser humano carecían de importancia, porque sabía que eran diferencias meramente accidentales".


(Fuente: "San Martín de Porres", P. Leo C. Gainor, O. P.)

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