Evangelio y Lecturas, domingo 8 de mayo 2022 (Reflexión)

4° Domingo de Pascua: Jesús, nuestro Pastor  

Primera Lectura

Lectura del Libro de los  Hechos de los Apóstoles

Pablo y Bernabé continuaron su viaje, y de Perge fueron a Antioquía de Pisidia. El sábado entraron a la sinagoga y se sentaron. Cuando se disolvió la asamblea, muchos judíos y prosélitos que adoraban a Dios siguieron a Pablo y a Bernabé. Estos conversaban con ellos, exhortándolos a permanecer fieles a la gracia de Dios.
Casi toda la ciudad se reunió el sábado siguiente para escuchar la Palabra de Dios. Al ver esa multitud, los judíos se llenaron de envidia y con injurias contradecían las palabras de Pablo. Entonces Pablo y Bernabé, con gran firmeza, dijeron: "A ustedes debíamos anunciar en primer lugar la Palabra de Dios, pero ya que la rechazan y no se consideran dignos de la Vida eterna, nos dirigimos ahora a los paganos. Así nos ha ordenado el Señor:

Yo te he establecido
para ser la luz de las naciones,
para llevar la salvación
hasta los confines de la tierra"

Al oír esto los paganos, llenos de alegría, alabaron la Palabra de Dios, y todos los que estaban destinados a la Vida eterna abrazaron la fe. Así la Palabra del Señor se iba extendiendo por toda la región. Pero los judíos instigaron a unas mujeres piadosas que pertenecían a la aristocracia y a los principales de la ciudad, provocando una persecución contra Pablo y Bernabé, y los echaron de su territorio. Estos, sacudiendo el polvo de sus pies, en señal de protesta contra ellos, se  dirigieron a Iconio. Los discípulos por su parte, quedaron llenos de alegría y del Espíritu Santo.

Palabra de Dios, Hechos 13, 14. 43-52 

Salmo responsorial

R/ Somos su pueblo y ovejas de su rebaño

Aclame al Señor toda la tierra,
sirvan al Señor con alegría,
lleguen hasta él con cantos de júbilo. R/

Reconozcan que el Señor es Dios:
él nos hizo y a él pertenecemos;
somos su pueblo y ovejas de su rebaño. R/

¡Qué bueno es el Señor!
Su misericordia permanece para siempre,
y su fidelidad por todas las generaciones. R/

Salmo 99, 1b-3. 5

Segunda Lectura

Lectura del Libro del Apocalipsis:

Después de esto, vi una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas. Estaban de pie ante el trono y delante del Cordero, vestidos con túnicas blancas, y llevaban palmas en la mano. Y uno de ellos me dijo: "Estos son los que vienen de la gran tribulación; ellos han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios y le rinden culto día y noche en su Templo. El que está sentado en el trono habitará con ellos: nunca más  padecerán hambre ni sed, ni serán agobiados por el sol o el calor. Porque el Cordero que está en medio del trono será su Pastor y los conducirá hacia los manantiales de agua viva. Y Dios secará toda lágrima de sus ojos".

Palabra de Dios, Apocalipsis 7, 9. 14b-17

El rebaño del Señor

Evangelio según San Juan:

Mis ovejas escuchan mi voz,
yo las conozco y ellas me siguen.
Yo les doy Vida eterna: 
ellas no perecerán jamás
y nadie las arrebatará de mis manos.
Mi Padre, que me las ha dado,
es superior a todos
y nadie puede arrebatar nada
de las manos de mi Padre.
El Padre y yo somos una misma cosa.

Palabra de Dios, Juan 10, 27-30

Nada nos arrebatará de sus manos

Cuántas veces nos embarga la angustia y nos sentimos perdidos, solos, desamparados... Es, en esos momentos, cuando escuchamos una voz que nos llama por nuestro nombre, que nos serena, que nos abraza en su calidez, porque aunque nos olvidemos, Dios no nos olvida; y nosotros, por alejados y perdidos  que estemos, reconocemos esa voz. Somos suyos; de él vinimos y hacia él andamos. Todo nuestro pecado, todo el poder de este mundo, toda la oscuridad de las tinieblas, toda la muerte, no puede arrebatarnos jamás de sus manos de infinita misericordia. Jesús nos conoce, a cada uno, nos llama, no guía, nos alimenta, nos encuentra, nos sana, nos da Vida eterna y nada se le pierde; porque a Dios nadie ni nada le quita lo que es suyo. Nosotros somos suyos porque hemos reconocido su voz, esa que nos llamó desde la  nada a la vida, la que nos levantará de nuestro sepulcro para su gloria. 
Nada debemos temer, porque el Padre y Jesús son Uno, y su Espíritu derramado en nuestro corazón, nos hace uno en el Amor. Y no existe nada creado o por crearse, en la tierra, en los cielos ni en los Abismo que pueda separarnos de ese Amor, en Cristo Jesús (Rom. 8, 38-39)


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