Evangelio y Lecturas del día, 2 de octubre de 2022

 El servidor humilde


Primera Lectura

Lectura del Profeta Habacuc

¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio
sin que tú me escuches,
clamaré a ti: "¡Violencia!"
sin que tú salves?
¿Por qué me haces ver la iniquidad
y te quedas mirando la opresión?
No veo más que saqueo y violencia,
hay contiendas y aumenta la discordia.

El Señor me respondió y dijo: 
Escribe la visión,
grábala sobre unas tablas
para que se las pueda leer de corrido.
Porque la visión aguarda el tiempo fijado,
ansía llegar a termino y no fallará;
si parece que se demora, espérala,
porque vendrá seguramente, y no tardará.
El que no tiene el alma recta,
sucumbirá,
pero el justo vivirá por su fidelidad.

Palabra de Dios, Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4

Salmo responsorial

¡Vengan, cantemos con jubilo al Señor,
aclamemos a la Roca que nos salva!
¡Lleguemos hasta él dándole gracias,
aclamemos con música al Señor!

¡Entren, inclinémonos para adorarlo!
¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó!
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros, el pueblo que él apacienta, 
las ovejas conducidas por su mano.

Ojalá hoy escuchen la voz del Señor:
"No endurezcan su corazón como en Meribá,
como en el día de Masá, en el desierto,
cuando sus padres me tentaron y provocaron,
aunque habían visto mis obras"

Salmo 94, 1-2. 6-9


Segunda Lectura

Lectura de la 2° Carta a Timoteo

Por eso te recomiendo que reavives el don de Dios que has recibido por la imposición de mis manos. Porque el Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad. No te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni tampoco de mí, que soy su prisionero. Al contrario, comparte conmigo los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio, animado con la fortaleza de Dios. 
Toma como norma las saludables lecciones de fe y de amor a Cristo Jesús que has escuchado de mí. Conserva lo que se te ha confiado, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.

Palabra de Dios, 2° Timoteo, 1, 6-8. 13-14

Evangelio según San Lucas

"Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: Me arrepiento, perdónalo".
Los Apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe". El respondió: "Si ustedes tuvieran la fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí, Arráncate de raíz y plántate en el mar, ella les obedecería. 
Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: Ven pronto y siéntate a la mesa? ¿No le dirá más bien: Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás después? ¿Y deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se le mande, digan: Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber.

Palabra de Dios, Lucas 17, 3b-10



Simples servidores

Hemos sido llamados a ser servidores del Reino, por gracia del Señor; a cada uno, Dios nos ha encomendado una tarea, llevarla a cabo con amor y eficacia, es nuestro deber, porque libremente hemos escogido seguir a Jesús. Sin embargo, muchas veces olvidamos que es gracia lo que hemos recibido y no honores que otros deben venerar. El Señor es uno y nosotros somos sus servidores. Nuestra función en la Iglesia, o nuestro puesto en la sociedad, no nos hace superiores a nadie, al contrario: "porque el más pequeño de ustedes, ese es el más grande" (Lucas 9, 48b). Porque hemos sido llamados a servirnos los unos a los otros en el amor. La humildad en nuestro servicio no consiste en desvalorizar nuestro trabajo o talento, sino en darle el justo valor y entender que no es para mi gloria personal, sino para la gloria de Dios; para el hermano que precisa de nuestro servicio; pero también nosotros precisamos del servicio de nuestros hermanos. 
El verdadero servidor del Reino, no espera más recompensa que el bien que pudo hacer al otro y se reconoce necesitado de los demás y de Dios, porque somos tan frágiles en un mundo tan hostil, que no podríamos sobrevivir sin la gracia del Señor que "dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman" (Romanos 8, 28)

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