Evangeio y Lecturas del día 17 de septiembre de 2023

 El perdón de las ofensas


Primera Lectura

Lectura del Libro del Eclesiástico 

También el rencor y la ira son abominables,
y ambas cosas son patrimonio del pecador.

El hombre vengativo sufrirá la venganza del Señor,
que llevará cuenta exacta de todos sus pecados.
Perdona el agravio de tu prójimo
y entonces, cuando ores, serán absueltos tus pecados.
Si un hombre mantiene su enojo con otro,
¿cómo pretende que el Señor lo sane?
No tiene piedad de un hombre semejante a él
¡y se atreve a implorar por sus pecados!
Él, un simple mortal, guarda rencor:
¿quién le perdonará los pecados?
Acuérdate del fin, y deja de odiar;
piensa en la corrupción y en la muerte,
y sé fiel a los mandamientos;
acuérdate de los mandamientos, y no guardes rencor a tu prójimo;
piensa en la Alianza del Altísimo, y pasa por alto la ofensa.

Palabra de Dios, Eclesiástico 27, 33—28, 9

Salmo responsorial

R/ El Señor es bondadoso y compasivo,
lento para enojarse y de gran misericordia.

Bendice al Señor, alma mía,
que todo mi ser bendiga su santo Nombre;
bendice al Señor, alma mía, 
y nunca olvides sus beneficios. R/

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus dolencias;
rescata tu vida del sepulcro,
te corona de amor y de ternura. R/

No acusa de manera inapelable
ni guarda rencor eternamente;
no nos trata según nuestros pecados
ni nos paga conforme a nuestras culpas. R/

Cuanto se alza el cielo de la tierra,
así de inmenso es su amor por los que lo temen;
cuanto dista el oriente del occidente,
así aparta de nosotros nuestros pecados. R/

Salmo 102, 1-4. 9-12

Segunda Lectura

Lectura de la Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos

Ninguno de nosotros vive para sí, ni tampoco muere para sí. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor: tanto en la vida como en la muerte, pertenecemos al Señor. Porque Cristo murió y volvió a la vida para ser Señor de los vivos y de los muertos.

Palabra de Dios, Romanos 14, 7-9

Evangelio según San Mateo

 Entonces se adelantó Pedro y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?». Jesús le respondió: «No te digo siete veces, sino hasta setenta veces siete. 
 Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Señor, dame un plazo y te pagaré todo". El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda. 
 Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que la debía cien denarios y, tomándolo por el cuello hasta ahogarlo, le dijo: "Págame lo que me debes". El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: "Dame un plazo y te pagaré la deuda". Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que le debía. Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó a llamar y le dijo: "¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?". E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos». 

Palabra de Dios, Mateo 18, 21-35



¿Hasta tendré que perdonar? 

Jesús había formado con sus discípulos una pequeña comunidad en la cual surgían diferencias y discusiones, como en todo grupo humano. Mateo recopila en este capítulo 18 de su Evangelio, una serie de enseñanzas del Maestro, en una charla con sus discípulos en Cafarnaún, en la intimidad de la casa de Jesús. En esta charla, los discípulos plantean quién es el más grande en el Reino de los Cielos; es una forma de establecer jerarquías, rangos de importancia entre unos y otros, volviendo a caer en la forma humana de interrelación de la comunidad. Es por eso que Jesús comienza a enseñar la forma en que ellos debían considerarse entre sí y la manera en la que debían resolver sus conflictos y diferencias. Reconocerse hermanos era el comienzo, pero no había entre ellos "hermanos mayores" y "hermanos menores"; aún el tan ponderado sistema tribal del Antiguo Testamento debía revisarse a la luz del Evangelio y renovarse en una profunda transformación interior. Pedro tomará, entonces, la palabra para preguntar: "¿Cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete?" ¿Hasta cuándo? La respuesta de Jesús es categorica: SIEMPRE. 
Ahora bien, ¿hasta cuándo perdonar las injusticias, el maltrato, el abuso? ¿Hasta cuándo?  ¿Todo se perdona siempre? ¿No hay justicia en el Reino de los Cielos? La respuesta la da Jesús en la parábola del servidor despiadado.
El rey decide ordenar sus cuentas y le presentan un servidor que tiene una deuda inmensa, impagable para alguien de su condición; esto lleva a que el rey decida vender como esclavo a él y a toda su familia, y sus bienes hasta pagar la deuda. El servidor suplica que le de un plazo para poder pagarle y el rey, dice, se compadece; sabiendo que era imposible que le pagara, resuelve perdonar la deuda y dejarlo ir. Sin embargo, al salir, el servidor se encuentra con un "compañero", un servidor como él, que le debe una suma mucho menor. Se abalanza sobre él y le exige el pago de su deuda. Su compañero le suplica un plazo, como hacía un instante él había suplicado ante el rey, pero lejos de compadecerse, lo encarcela hasta que pague lo que le debe. Los demás servidores observan la escena y, ¿cuál es su reacción? Se apenan por su compañero, pero además, van a contárselo al rey. No se quedan como meros observadores, lamentándose por lo sucedido, sino que acuden en reclamo de justicia. El rey, al enterarse, tampoco se queda de brazos cruzados, indiferente a lo ocurrido. Lo llama a comparecer nuevamente ante su presencia y le exige un explicación: "¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero?". La injusticia no queda impune, el servidor despiadado es entregado a los verdugos hasta pagar el total de su deuda. 
Perdonar no es dejar impune la injusticia, ni callar complaciente los abusos cometidos contra los más débiles, sino todo lo contrario. Perdonar es tomar partido por aquellos que no tienen voz, ni derechos, por aquellos que han sido expulsados del "sistema" y se han quedado sin posibilidades de recibir justicia. Perdonar en saberse tan falible y débil como todos los demás; es entender al hermano como alguien que necesita mi mano, mi apoyo, para rehacer su camino. Perdonar es entender que así como Dios me sostiene en mis caídas, así debo sostener a los demás. Perdonar es no buscar venganza, sino justicia; es no dejar que el corazón se llene de rencor, envenenando mi alma y la de todos los que me rodean. Perdonar en no devolver con mal el daño que nos han hecho, sino con bien; perdonar es, en definitiva, no volvernos injustos y crueles como nuestros agresores, demostrando en los hechos que una convivencia fraterna no es una utopía sino una decisión libre del corazón. Y en el fin de los tiempos, será el Padre eterno quien dará a cada quien su justa recompensa. 

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