Evangelio y Lecturas del día 1 de octubre de 2023

 La parábola de los dos hijos

Primera Lectura

Lectura del Libro del Profeta Ezequiel

 Ustedes dirán: «El proceder del Señor no es correcto». Escucha, casa de Israel: ¿Acaso no es el proceder de ustedes, y no el mío, el que no es correcto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete el mal y muere, muere por el mal que ha cometido. Y cuando el malvado se aparta del mal que ha cometido, para practicar el derecho y la justicia, él mismo preserva su vida. Él ha abierto los ojos y se ha convertido de todas las ofensas que había cometido: por eso, seguramente vivirá, y no morirá.

Palabra de Dios, Ezequiel 18, 25-28

Salmo responsorial

R/ Acuérdate, Señor, de tu amor porque es eterno.

Muéstrame, Señor, tus caminos,
enséñame tus senderos.
Guíame por el camino de tu fidelidad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y mi salvador,
y yo espero en ti todo el día. R/

Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor,
porque son eternos.
No recuerdes los pecados ni las rebeldías de mi juventud:
por tu bondad, Señor, acuérdate de mi según tu fidelidad. R/

El Señor es bondadoso y recto:
por eso muestra el camino a los extraviados;
él guía a los humildes para que obren rectamente
y enseña su camino a los pobres. R/

Salmo 24, 4bc. 5-9

Segunda Lectura

Lectura de la Carta del apóstol San Pablo a los Filipenses

 Si la exhortación en nombre de Cristo tiene algún valor, si algo vale el consuelo que brota del amor o la comunión en el Espíritu, o la ternura o la compasión, les ruego que hagan perfecta mi alegría, permaneciendo bien unidos. Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagan nada por el espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás. 

Tengan los mismos sentimientos que Cristo Jesús.
Él, que era de condición divina,
no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente:
al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor
y haciéndose semejante a los hombres.
Y presentándose con aspecto humano,
se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte
y muerte de cruz.
Por eso, Dios lo exaltó
y le dio el Nombre que está por sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús,
se doble toda rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos,
y toda lengua proclame para la gloria de Dios Padre:
«Jesucristo es el Señor».

Palabra de Dios, Filipenses 2, 1-11

Evangelio según San Mateo

Jesús les dijo: «¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: "Hijo, quiero que vayas a trabajar a mi viña". Él respondió: "No quiero". Pero después se arrepintió y fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: "Voy, Señor", pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?». «El primero», le respondieron.
Jesús les dijo: «Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él».

Palabra de Dios, Mateo 21, 28-32




Pueblo de publicanos y prostitutas

El capitulo 21 del Evangelio según San Mateo comienza relatando la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén; allí nos presenta al pueblo que recibe a Jesús proclamándolo Hijo de David, esto es, el Mesías por el que tanto habían esperado. Esto provoca el celo y la envidia de los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo que comienzan a vigilar a este intruso desde cerca. Ya era conocida por todos la fama del galileo que hacía grandes milagros y predicaba por toda la región "como quien tiene autoridad". Enseguida llega a Jerusalén, Jesús va enseñar al Templo, centro principal de toda la fe judía y de toda la vida comunitaria de Israel. Allí se encuentra con los cambistas que habían convertido el culto judío y sus rituales de expiación en un comercio inescrupuloso y, frente a la mirada atónita de los sacerdotes y escribas, los echa del lugar reprochándoles su mezquina conducta. Recién entonces, comienza a enseñar y a sanar enfermos. 
Por todas estas acciones de Jesús es que los ancianos y sumos sacerdotes, que ejercían el poder en el Templo, se acercan a él para preguntarle: «¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te ha dado esa autoridad?». Hay que entender que no se trata de un feligrés recién llegado a una de nuestras comunidades o parroquias que cuestiona la forma de recaudar fondos para la comunidad y propone incorporar las nuevas tecnologías para darle mayor agilidad y transparencia. El Templo de Jerusalén era el centro religioso y político, que regía toda la vida del pueblo y decidía quien estaba dentro del sistema y quien era expulsado. Nadie se atrevía a una sola reforma o modificación, por mínima que fuese, sin que los sumos sacerdotes lo permitiesen; y nadie se atrevía a cuestionar sus ordenanzas porque estaban "ordenadas" por Dios, a través de la Ley de Moisés; no se podían poner en duda u objetar sin quedar fuera de la comunidad. Por tanto, Jesús estaba desafiando no solo la autoridad de los sumos sacerdotes, sino todo su sistema de dominación, poniendo así en jaque sus privilegios y poder. Era imprescindible encontrar la manera de desestimarlo frente al pueblo y deshacerse de él lo antes posible.
Pero Jesús va aún mucho más lejos de un cuestionamiento al sistema de poder de los sacerdotes y escribas. En esta parábola de los dos hijos, les está anunciando que Dios se ha cansado de los constantes abusos en su nombre y ese poder que ahora ostentan se les va a quitar para dárselo a un nuevo pueblo, un pueblo de publicanos y prostitutas, de paganos y pecadores, que al encontrarse con el Dios vivo, al escuchar a sus servidores, se arrepienten de su mala conducta y buscan un camino de justicia superior a la ley escrita sobre piedra; ese camino nuevo, esa forma de convivencia nueva está fundada sobre una sola "ley": el amor a Dios por sobre todas las cosas y el amor de los unos a los otros como hermanos, hijos de un mismo Padre y unidos en un mismo Espíritu. En esto, dirá Jesús, se resumen toda la Ley y los Profetas.
Estas actitudes y enseñanzas de Jesús nos cuestionan también a nosotros en el presente, no son solo el relato de un tiempo pasado. En nuestra Iglesia Católica y en nuestras pequeñas comunidades estos abusos de poder en nombre de Dios siguen siendo una constante que pareciera no tener remedio. También en nuestra vida cotidiana, hacemos uso de esa supuesta autoridad de Dios para imponer nuestros caprichos o sacar algún rédito. Y lo hacemos todos; pasaba en los tiempos antiguos de Israel, en el tiempo de Jesús, en las primeras comunidades cristianas, y seguirá ocurriendo a lo largo de toda la historia de la humanidad. Pero aunque parezca no tener remedio, lo tiene y es Jesús, la acción salvífica del Espíritu Santo en nuestro ser, en lo profundo de nuestro corazón. Y es lo que nos sana por dentro y nos lleva al sincero arrepentimiento que nos aleja del mal y nos anima a hacer frente a las injusticias, cambiando así nuestra realidad y la de los que nos rodean. Y es este mismo Espíritu el que, también, a su tiempo, pone a cada quien en su lugar, haciendo justicia y suscitando nuevos profetas que anuncian la Palabra siempre viva del Padre, que guía y cuida de su pueblo, de ese pueblo que busca incansablemente y con todas sus debilidades a cuesta el Reino de los Cielos que nos trajo Jesús. 

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