Evangelio y Lecturas del día 3 de septiembre de 2023

El anuncio de la Pasión de Jesús

Primera Lectura

Lectura del Libro del Profeta Jeremías

¡Tú me has seducido, Señor,
y yo me dejé seducir!
¡Me has forzado y has prevalecido!
Soy motivo de risa todo el día,
todos se burlan de mí.
Cada vez que hablo, es para gritar,
para clamar: «¡Violencia, devastación!»
Porque la palabra del Señor es para mí
oprobio y afrenta todo el día.
Entonces dije: «No lo voy a mencionar,
ni hablaré más en su Nombre».
Pero había en mi corazón como un fuego abrazador,
encerrado en mis huesos:
me esforzaba por contenerlo
pero no podía.

Palabra del Señor, Jeremías 20, 7-9

Salmo responsorial

R/ Mi alma tiene sed de ti, Señor, Dios mío.

Señor, tú eres mi Dios, yo te busco ardientemente;
mi alma tiene sed de ti
por ti suspira mi carne,
como tierra sedienta, reseca y sin agua. R/

Sí, yo te contemplé en el Santuario
para ver tu poder y tu gloria.
Porque tu amor vale más que la vida,
mis labios te alabarán.
Así te bendeciré mientras viva
y alzaré mis manos en tu Nombre. R/

Mi alma quedará saciada
como con un manjar delicioso,
y mi boca te alabará
con júbilo en los labios. R/

Veo que has sido mi ayuda
y soy feliz a la sombra de tus alas.
Mi alma está unida a ti,
tu mano me sostiene. R/

Segunda Lectura

Lectura de la Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos

Por lo tanto, hermanos, yo los exhorto por la misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer. No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

Palabra del Señor, Romanos 12. 1-2

Evangelio según San Mateo

Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá». Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras».

Palabra del Señor, Mateo 16, 21-27


El Mesías de Dios

"Desde aquel día", dice el Evangelio, "Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas", pero, ¿cuál es "aquel día"? La respuesta se encuentra en el pasaje inmediatamente anterior del Evangelio de San Mateo (Mt. 16, 13-20) que recordamos el domingo pasado. Vayamos, pues, a él.
Después de recorrer gran parte del territorio, Jesús se aleja hacia la región de Cesarea de Filipo, casi en el límite del país. Cesarea era una ciudad próspera, de amplia influencia romana que Herodes el Grande deja a cargo de unos de sus tres hijos, Filipo, tras su muerte. Era una región casi pagana, que ostentaba templos, baños, teatros y demás edificios públicos de origen romano; el mismo Herodes había la había fundado en honor al César. Allí, en las cercanías, Jesús decide retirarse y preguntarle a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dice que es?". Quiere saber qué dicen de él paganos y judíos. Los discípulos responden que lo ven como a Juan el Bautista, Elías, Jeremías o algunos de los profetas, todos ya fallecidos. Es entonces cuando les pregunta a ellos quién piensan que es. Pedro toma la palabra y declara: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Jesús se admira de esta respuesta porque reconoce en él la revelación del Padre, que lo elige para liderar la obra que Jesús ha comenzado, luego de su regreso al seno de Dios. "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo". Pero esta revelación implica un nuevo desafío: revelar el Mesías de Dios a quienes esperaban con ansias el mesías que los hombres habían proyectado; y más aun, que lo aceptasen sin condicionamientos.
Es a partir de esta revelación clara y frontal a sus discípulos cercanos —los que luego serán Apóstoles de su Evangelio— que debe advertirles que esa visión del Mesías que ellos han recibido desde que tenían uso de razón, no es la que se concretará en la realidad; el Mesías enfrentará la hostilidad de escribas y fariseos, autoridades políticas e intereses personales de las clases privilegiadas que se negarán renunciar a sus beneficios para seguir el designio de Dios. No era algo nuevo: todos los profetas con quienes comparan a Jesús habían sufrido aquella hostilidad, teniendo incluso que perder la vida como le había ocurrido recientemente a Juan el Bautista. La realización del Reino de los Cielos iba a tener el altísimo precio de la sangre del amado Maestro. 
Nuevamente es Pedro el que toma la iniciativa y habla a solas con Jesús: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá". ¿Y quién en su sano juicio, preocupado por la vida del ser amado no diría lo mismo? Absolutamente todos; incluso hoy día, sabiendo el final de la historia, haríamos lo imposible por poner a salvo a nuestro amado Maestro. El mismo Padre buscó todos los caminos para evitar la Cruz de su Hijo: Pilatos no encuentra razón alguna para condenarlo a muerte y agota todos los recursos que tiene a mano para evitarlo; pero sus intereses políticos y su cobardía ante las consecuencias que podría traerle con el César una revuelta en la provincia, hace que finalmente lo entregue a sus verdugos. Nadie quería que Jesús muriera; nadie, excepto Satanás y sus servidores. Y una vez más, en boca de Pedro, Satanás se presenta como ángel de luz, disfrazando su malicia en un sentimiento humano y justo. 
Jesús advierte esta tentación del enemigo y lo enfrenta afirmando que está dispuesto a dar su propia vida, si es necesario, antes que renunciar al proyecto de Dios, que no es el sufrimiento ni la muerte de los justos, todo lo contrario. El proyecto de Dios para la humanidad es la libre construcción de una sociedad fraterna, afirmada en la justicia y el derecho, en donde el amor y el respeto sean la única forma de vida verdadera. Pero este proyecto siempre chocará de frente con la mezquindad y codicia de los seres humanos. Será, pues,  libre decisión de cada uno vivir ese proyecto divino a riesgo de perderlo todo, incluso la propia vida, o conformarse con la comodidad de la indiferencia a las injusticias del mundo.  

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