San Pedro Claver, esclavo de los negros

 Es una ajetreada mañana, una más de tantas, en el puerto de Cartagena de Indias; entre el incansable ir y venir de trabajadores, mercaderes y piratas, un monje jesuita acompañado de uno de los tantos esclavos negros de aquella ciudad colonial, pasan desapercibidos. Su presencia es sólo  advertida por la ávara mirada del tratante de esclavos que espera cerca de ellos, su infame mercancía humana. Se pregunta si dejarlos subir hasta el barco que ya se divisa en el horizonte; duda, y después de un resoplido decide que sí, después de todo, el condenado monje igual se abrirá paso y llegará hasta sus negros. Por otra parte, con el tiempo ha entendido que es mejor que él los reciba, con sus "regalos" y sus palabras amables, eso serena a estos bárbaros y los vuelve menos salvajes, más dóciles y, como además se ocupa de atender a los enfermos, puede recuperar casi toda la carga, perdiendo menos dinero. El barco por fin atraca en el puerto; con un ademán da la orden para que los dejen subir. Pedro gira para mirarlo e, inclinando su cabeza, le agradece, y sube con el esclavo que lo acompaña como interprete para comunicarse con aquellos hermanos suyos que llegan aterrados hasta esas tierras devoradas por la codicia humana. 


San Pedro Claver

El 26 de junio de 1580 nace en Verdú, España, Pedro, hijo de un humilde propietario de viñedos y olivares, Pedro Claver y Mingüella, y Ana Cordero, su esposa, de quienes habían nacido también sus hermanos Juan, Santiago e Isabel. A la edad de trece años, muere su madre y algún tiempo después, Santiago. Dos años después, llamado por su vocación religiosa, recibe en su pueblo la tonsura clerical. En 1596, viaja a Barcelona para estudiar "letras y arte" en el Estudio general de la Universidad. En el colegio de Belén en donde estudia filosofía, conoce a los jesuitas y el 7 de agosto de 1602 ingresa a la Compañía de Jesús.
Entre 1605 y 1608, es destinado al Colegio de Nstra. Sra. de Montesión (Palma, Mallorca), en donde conoce al hermano portero Alonso Rodrigues Gómez (1531-1617), quien había tomado los hábitos ya mayor, luego de enviudar y perder a sus hijos. Pedro consigue permiso de sus superiores para poder charlar por las noches con Alonso, recogiendo su sabiduría y enseñanzas en un cuaderno que atesoraría toda su vida.
El 23 de enero de 1610, cumpliéndose su deseo, es destinado a la misiones de América, en el Nuevo Reino de Granada (actual Colombia). Allí, después de un breve paso por Bogotá y el noviciado de Tuja, y de dudar mucho si debía ordenarse sacerdote, es destinado a Cartagena de Indias, en donde finalmente es ordenado sacerdote el 19 de marzo de 1616.
La codicia por el oro y la plata había diezmado a los indígenas esclavizados, haciendo necesaria nueva mano de obra esclava; es entonces cuando España y Portugal, aliadas, autoriza el traslado de esclavos capturados en el África, dando comienzo así, a un nuevo genocidio, ahora. el de las distintas razas africanas. Eran cazados y transportados en barcos cargueros en condiciones inhumanas, mujeres, niños, hombres, ancianos, muchos de los cuales morían en el viaje y otros llegaban extremadamente enfermos. Aún así, el comercio de esclavos era altamente rentable y se propagaba por toda América. 
Cartagena de Indias, por su ubicación en el Mar del Caribe, se había convertido en el principal puerto y mercado de la región para el tráfico de esclavos. Las misiones religiosas, pese a sus denuncias, no tenían cómo impedirlas, apenás conseguían mitigar el daño de este brutal comercio de personas. Al entrar en contacto con esta realidad, Pedro abraza con profundo amor la tarea de proteger y evangelizar a estos hermanos que sufrían tan grande injusticia. 
Se hacía informar por adelantado cuándo llegaba un barco negrero y de que parte del África llegaban los esclavos, para conseguir entre las plantaciones, paisanos que le ayudasen como interpretes. Acompañado de ellos y de canastos con plátanos, naranjas, limones, pan, vino tabaco, aguardiente y sahumerios, se introducía en las bodegas de los barcos para recibir a los aterrados esclavos, entre trecientos y cuatrocientos seres humanos enterrados en inmundas bodegas de carga, por más de cuarenta o cincuenta días. Atendía a los enfermos, limpiaba y alimentaba al resto y, a todos, brindaba afecto y consuelo, fortaleciendo su espíritu. Cuando no le permitían subir al barco, iba a buscarlos a los almacenes en donde eran acinados para luego ser ofrecidos y vendidos. 
Pero su cuidado no se limitaba a la llegada al puerto. Los seguía a las distintas plantaciones, minas y trabajos a los que los llevaban, compartiendo sus sufrimientos y procurando que fuesen tratados dignamente. No tenía reparo en enfrentar a su amos, ganándose la constante hostilidad de estos y la de las autoridades, tratantes y hasta sus mismos pares, perdidos en la absurda discusión de si estos seres humanos tenían alma o no. La raza negra, además de soportar el flagelo de la esclavitud, eran tenidas por despreciables, ya que se asociaba caprichosamente el color de su piel con las tinieblas del infierno y las distintas metáforas bíblicas que hablan del "alma negra" hacedora del mal, justificando así el maltrato de la esclavitud. 
La elección por los negros de San Pedro llegaba hasta su confesionario, en donde atendía primeramente a los esclavos, haciendo esperar a caballeros y damas para confesarse y ganándose sus reproches y quejas. Muchos se negaban a asistir a las misas del jesuita y, así, acarreaba además, las advertencias de sus superiores, soportando penitencias y denuncias ante la Santa Sede. 
La misión evangelizadora de San Pedro se extendía al leprosario del Hospital de San Lázaro, en donde atendía a los enfermos y llevaba alimento y la eucaristía. También visitaba frecuentemente a los presos, muchos víctimas de la Santa Inquisición, a los que escuchaba y asistía frente a los tormentos y ejecución. Su amor y cuidados por los más desprotegidos que lo enfrentaba a la autoridades de la Iglesia, llevaba a la conversión a muchos protestantes que encontraban en él el abrazo del Padre. Hasta había conseguido por sus incasables ruegos dos abogados que se encargaban de la defensa de los prisioneros.
Mientras la denuncias en su contra ante la Santa Sede se multiplicaban, su amor y devoción por los más despreciados de aquella sociedad clasista y ávara se afianzaba. Tímido y de pocas palabras, sabía hacer de los gestos sencillos y misericordiosos su mayor predica. 
En 1650, cae enfermo. La peste que había diezmado a gran parte del convento, lo deja con una parálisis y un tremendo temblor en sus manos que, según su médico, solo cesaba al oficiar la misa. Pese a su enfermedad, Pedro sigue su misión entre los esclavos y desvalidos, hasta que sus fuerzas se van extinguiendo. Los últimos cuatro años de su vida, los pasa en su celda, prácticamente abandonado por todos; sin reproches ni lamentos, acepta esta última etapa de su vida como una entrega al Dios al que le había dedicado su existencia en el servicio de su pequeños. Finalmente, en la madrugada del 9 de septiembre de 1654 su alma viaja al seno del Padre.
El día de su ordenación, escribió junto a su firma:
"Petrus Claver, aethiopum semper servus"
(Pedro Claver, esclavo de los negros para siempre)

A ellos, a los más despreciados de su tiempo, dedicó toda su vida y su amor. Olvidado en su enfermedad y vejez por los suyos, se fue; olvido que le infringieron como un castigo a su heroísmo, sin entender jamás que morir como sus negros, como su Señor, era el mayor honor que le podían brindar.


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