Evangelio y Lecturas del día 22 de octubre de 2023

 El impuesto al César

Primera Lectura

Lectura del Libro del Profeta Isaías

Así habla el Señor a su ungido,
a Ciro, que tomé de la mano derecha,
para someter ante él a las naciones
y desarmar a los reyes,
para abrir ante él las puertas de las ciudades,
de manera que no puedan cerrarse.
Por amor a Jacob, mi servidor, 
y a Israel, mi elegido,
yo te llamé por tu nombre,
te di un título insigne,
sin que tú me conocieras,
para que se conozca,
desde el Oriente y el Occidente,
que no hay nada fuera de mí.
Yo soy el Señor y no hay otro.

Palabra de Dios, Isaías 45, 1. 4-6

Salmo responsorial

R/ Aclamen la gloria y el poder del Señor.

Canten al Señor un canto nuevo,
cante al Señor toda la tierra.
Anuncien su gloria entre las naciones,
y sus maravillas entre los pueblos. R/

Porque el Señor es grande y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.
Los dioses de los pueblos no son más que apariencia,
pero el Señor hizo el cielo. R/

Aclamen al Señor, familias de los pueblos,
aclamen la gloria y el poder del Señor;
aclamen la gloria del nombre del Señor.
Entren en sus atrios trayendo una ofrenda. R/

Adoren al Señor al manifestarse su santidad:
¡que toda la tierra tiemble ante él!
Digan entre las naciones: «¡El Señor reina!
El Señor juzgará a los pueblos con rectitud». R/

Segunda Lectura

Lectura de la Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 

Pablo, Silvano y Timoteo saludan a la Iglesia de Tesalónica, que está unida a Dios Padre y al Señor Jesucristo. Llegue a ustedes la gracia y la paz. 
Siempre damos gracias a Dios por todos ustedes, cuando los recordamos en nuestras oraciones, y sin cesar tenemos presente delante de Dios, nuestro Padre, cómo ustedes han manifestado su fe con obras, su amor con fatigas y su esperanza en el Señor Jesucristo con una firme constancia.
Sabemos, hermanos amados por Dios, que ustedes han sido elegidos. Porque la Buena Noticia que le hemos anunciado llegó hasta ustedes, no solamente con palabras, sino acompañada de poder, de la acción del Espíritu Santo y de toda clase de dones. 

Palabra de Dios, 1º Tesalonicenses 1, 1-5b

Evangelio según San Mateo

Los fariseos se reunieron entonces para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones. Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos, para decirle: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque tú no te fijas en la categoría de nadie. Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?» Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa? Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto». Ellos le presentaron un denario. Y él les preguntó. «¿De quién es esta figura y la inscripción?». Le respondieron: «Del César». Jesús les dijo: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios».

Palabra de Dios, Mateo 22, 15-21



Dar a Dios lo que es de Dios

En este pasaje del Evangelio, Mateo nos presenta a los fariseos reunidos buscando la manera de tenderle un trampa a Jesús, encontrar alguna afirmación suya que les permita denunciarlo, y así, poner a en duda su autoridad y honestidad frente a las autoridades, pero fundamentalmente, frente al pueblo, ese gentío que lo seguía porque habían encontrado en él la oportunidad de alcanzar una vida mejor, que no era una promesa en un tiempo futuro, sino que ya la estaban viviendo y  nadie se la quitaría. 
En el capitulo anterior, Mateo relata como Jesús va desnudando la injusticia y la falsedad de los fariseos y saduceos, los dos principales grupos políticos, opositores entre sí, que regían la vida del pueblo. Hay que entender que Israel era una "teocracia", es decir, la visión de Dios que tenían cada uno de estos grupos era la que establecía la interpretación que hacían de la Torá, la Ley de Dios, y esa interpretación era la que regía todo el gobierno del pueblo judío. 
El Imperio Romano, había anexado Judea a la provincia romana de Siria, dividiendo la región entre los hijos de Herodes el Grande y nombrándolos tetrarcas, es decir, vasallos del César, a quien debían pagar los impuestos establecidos sin posibilidad de objeción alguna. Por tanto, todos estaban obligados a pagarlo: bien sabían los fariseos que no estaba "permitido" rehusarse a hacerlo. El Sumo Sacerdote y el Sanedrín también eran nombrados por el César y cumplían el rol de aplicar la Ley al pueblo con cierta autonomía, pero siempre dentro de la normativa romana, controlada por un gobernador romano. Y tampoco les importaba a ninguno de ellos la pesada carga que implicaba para el pueblo humilde el pago de dicho impuesto mientras les asegurase el favor de Roma. 
Pero Jesús no solo había desnudado su actitud mezquina, además, con sus parábolas había advertido que ese poder que ahora tenían se les iba a quitar para dárselo a una nueva generación, un nuevo pueblo de pecadores y publicanos que habían abierto su corazón a la palabra de Dios, convirtiéndose de sus errores y viviendo el Reino de los Cielos que Jesús les proponía. Las revueltas sociales eran aplacadas por Roma con extrema dureza y hacía rodar más de una cabeza en el Sanedrín y entre los cortesanos judíos. Si Jesús era atacado, sus seguidores bien podrían provocar un levantamiento armado y una dura represalia de Roma; había que desacreditarlo, enemistarlo con el pueblo, para que fuera el mismo pueblo el que gritase: "¡Crucificalo!". Si respondía que no debía pagarse el impuesto al César, delante de los herodianos, partidarios de Herodes y amigos del César, cometía delito; si afirmaba que había que pagarlos, perdía la simpatía del pueblo y todas sus enseñanzas quedarían en el olvido. Jesús tenía claro que en cualquiera de las dos posibilidades, los que saldrían perdiendo eran los más humildes; así, sin negar ni afirmar, les responde qué es lo que Dios espera que ellos hagan: "Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Pero, ¿qué es "lo que es de Dios"?
Todo el poder judío se centraba en el Templo, aún con Roma pisándoles la cabeza. El Sanedrín decidía quien era digno o no de Dios, quien era puro e impuro, quien era parte de la sociedad judía y quien era excluido; criticaba a Roma y se rasgaba las vestiduras por sus crímenes atroces en la luz de la mañana, y en lo oscuro de la noche se sentaba a negociar sus privilegios y ganancias con los romanos. Condenaba a lo publicanos por recaudar para el César, mientras imponían gravámenes imposibles al pueblo para financiar sus comodidades y las ostentaciones del Templo; y todo manipulando a su antojo a la Ley y los Profetas, para que Dios mande lo que ellos decidan, escondidos detrás de una religiosidad y santidad que los volvía impunes, tanto para Roma como para el pueblo. Esta actitud de los principales referentes, a los cuales acudía el pueblo judío para encontrarse con Dios, iba cavando un abismo cada vez más profundo entre Dios y su pueblo. Dar a Dios lo que es de Dios, no era otra cosa que estar cerca de la gente, de su lucha y sus dolores e iluminarlos con la Palabra viva, que los ayudara a transformar su corazón, para poder trasformar la realidad y entender que a los grandes imperios no se los hace caer con muerte y destrucción, sino con una convivencia basada en el amor de los unos a los otros, en el perdón y en la justicia. 
A diferencia de los discípulos de Jesús, hoy podemos en nuestras sociedades elegir libremente a través del sufragio nuestras autoridades, al menos en nuestras democracias. No involucrarnos políticamente porque somos cristianos, sería volver a quitarle a Dios lo que es suyo; pero debemos hacerlo a ejemplo de Jesús, porque sí, el Evangelio no es otra cosa que el relato de toda la actividad y enseñanza política de Jesús, recuerden: Israel era una teocracia. Y aunque ya no vivamos en una, la visión que tengamos de Dios será la que marcará nuestra postura política. Sea en un partido o movimiento político en particular, sea fuera de ellos, siempre debe ser una sincera búsqueda de Dios y su justicia la que guie nuestros pasos; no hay más "Mesías" que Cristo Jesús; los "césares" de nuestro tiempo son eso, "césares" a los que solo les preocupa su rato de poder. Como cristianos estamos llamados a darles ese "rato de poder" con responsabilidad porque de ese rato depende el destino de nuestra patria, que es ese lugarcito del mundo que Dios nos llama a cuidar. Y también somos llamados a asegurar, con todas las herramientas que nos da la democracia, que ese rato de poder sea ejercido con justicia y honestidad, sin violencia ni imposiciones arbitrarias. Pero por sobre todas las cosas, estamos llamados a no dejar manipular el Evangelio para favorecer los privilegios de unos pocos a costa de otros muchos. Ninguna ideología, partido o persona debe estar jamás por encima de Cristo Jesús, nuestro único Dios y razón de toda nuestra existencia. 
En Argentina hoy elegimos una vez más a quienes tendrán el gobierno de nuestra patria en los próximos cuatro años; es un momento difícil el que estamos atravesando; y al enojo, se nos suma la desazón de no encontrar una dirigencia política a la altura de este duro momento histórico. La democracia parece ser un fracaso; pero no es ella la que ha fallado, sino los hombres y mujeres a los que les permitimos ejercer impunemente su "rato de poder". Y nosotros por permitírselo, porque, total, yo estoy bien. 
Volver a Dios, a escuchar en lo profundo de nuestro corazón cuál es el camino que él soñó para nuestra patria y a recordar ese voto que depositamos en la urna aquel octubre del '83, no a un político, sino a esa democracia que regresaba a nuestra patria, para que hoy, cuarenta años después, nuestro voto sea un nunca más a los "césares" que se creyeron dios y se robaron nuestro proyecto: una Argentina libre, próspera y justa, para nosotros, para nuestros hijos y para todos los hombres y mujeres del mundo que quieran habitar este bendito suelo argentino.

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