Francisco nació en Asís (1181/1182). Hijo de un importante mercader, dejo el lujo y las comodidades de la casa paterna para vivir el Evangelio. Fue al pie de la Cruz de San Damián, templo destruido durante las Cruzadas y las constantes luchas de la época, que recibió del Padre el llamado a "reconstruir su Iglesia". Así, Francisco en la más absoluta soledad y frente a a burlas de todos, comenzó a levantar nuevamente el templo de San Damián; pero aquel llamado de Dios iba mucho más allá de un simple templo. Era la Iglesia toda la que debía reconstruir, una Iglesia perdida en intrigas políticas, luchas fratricidas y opulentas riquezas, obtenidas con el sufrimiento del pueblo al que estaba llamada a servir.
Su vida fue una luz que iluminó todas las miserias en las que se había hundido esa Iglesia, provocando una profunda reforma y la conversión de aquellos que se creían olvidados por Dios. Mendigos, leprosos, humildes campesinos y soberbios señores, salteadores de caminos, todos eran hermanos de Francisco, que los acogía y les acercaba el abrazo del Padre misericordioso que los esperaba para construir nuevamente el Reino de los Cielos que Jesús nos había acercado.
San Francisco y los salteadores de caminos
Cuenta la leyenda que cierto día, mientras Francisco se encontraba ausente, entraron en el convento unos ladrones. Los hermanos franciscanos, al verlos, los echaron a escobazos, provocando en el lugar un gran desorden. Al regresar Francisco, los encontró limpiando y ordenando todo, y preguntó entonces qué había ocurrido. -Entraron unos salteadores y quisieron robar -le respondieron- pero pudimos echarlos sin que se llevaran nada.
-¿Cómo los echaron?
-A escobazos, enseguida salieron corriendo, pero dejaron todo roto y revuelto.
-Dejen eso, vengan conmigo -exclamó Francisco- espero que podamos encontrar a esos hermanos.
Los hermanos franciscanos acompañaron a Francisco y no muy lejos del convento, encontraron a los ladrones que habían entrado a robar. Al ver llegar a Francisco con los sus hermanos, se asustaron pensando que los iban a hacer arrestar y se escondieron. Francisco los llamó amablemente:
-Hermanos, por favor, hemos venido ha pedirles disculpas por lo sucedido en el convento esta mañana.
Tímidamente, los salteadores se acercaron. Francisco continuó:
-Mis hermanos y yo queríamos disculparnos por haberlos tratado tan mal. También le hemos traído algo de pan y unas mantas. Las próxima vez que precisen algo, no tienen más que acercarse al convento y tomar lo que necesiten, serán muy bien recibidos; no es preciso que estén robando, podemos compartir lo que tenemos como hermanos.
Los ladrones se conmovieron profundamente al oír las palabras de Francisco y lloraron en silencio. Él los abrazó y les habló de la misericordia de Dios.
Cuentan por los caminos de Asís, que tiempo después, aquellos salteadores se unieron a los hermanos de Francisco y desde entonces anduvieron "robándole" almas al Maligno...
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