Evangelio y Lecturas del día 4 de febrero de 2024

¡Ay de mí, si no predicara el Evangelio!

Primera Lectura

Lectura del Libro de Job

¿No es una servidumbre la vida del hombre en la tierra?
¿No son sus jornadas las de un asalariado?
Como un esclavo que suspira por la sombra,
como un asalariado que espera su jornal,
así me han tocado en herencia meses vacíos,
me han sido asignadas noches de dolor.
Al acostarme, pienso: «¿Cuándo me levantaré?»
Pero la noche se hace muy larga y soy presa de la inquietud hasta la aurora.
Mis días corrieron más veloces que una lanzadera:
al terminarse el hilo, llegaron a su fin.

Recuerda que mi vida es un soplo
y que mis ojos no verán más la felicidad.

Palabra de Dios, Job 7, 1-4. 6-7

Salmo responsorial

R/ Alaben al Señor que sana los corazones destrozados

¡Qué bueno es cantar a nuestro Dios,
qué agradable y merecida es su alabanza!
El Señor reconstruye a Jerusalén
y congrega a los dispersos de Israel. R/

Sana a los que están afligidos 
y venda las heridas.
Él cuenta el número de las estrellas
y las llama a cada una por su nombre. R/

Nuestro Señor es grande y poderoso,
su inteligencia no tiene medida.
El Señor eleva a los oprimidos
y humilla a los malvados hasta el polvo. R/

Segunda Lectura

Lectura de la Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios

Si anunció el Evangelio, no lo hago para gloriarme: al contrario, es para mí una necesidad imperiosa ¡Ay de mí, si no predicara el Evangelio! Si yo realizara esta tarea por iniciativa propia, merecería ser recompensado, pero si lo hago por necesidad, quiere decir que se me ha confiado una misión. ¿Cuál es entonces mi recompensa? Predicar gratuitamente la Buena Noticia, renunciando al derecho que esa Buena Noticia me confiere.
En efecto, siendo libre, me hice esclavo de todos, para ganar al mayor número posible. Y me hice débil con los débiles, para ganar a los débiles. Me hice todo para todos, para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio. Y todo esto, por amor a la Buena Noticia, a fin de poder participar de sus bienes.

Palabra de Dios, 1ºCorintios 9, 16-19. 22-23

Evangelio según San Marcos


Cuando Jesús salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato. Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.
Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió delante de la puerta. Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él.
Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar desierto; allí estuvo orando. Simón salió a buscarlo con sus compañeros, y cuando lo encontraron, le dijeron: «Todos te andan buscando». Él les respondió: «Vayamos a otra parte, a predicar también en la poblaciones vecinas, porque para eso he salido». Y fue predicando en las sinagogas de toda Galilea y expulsando demonios. 

Palabra de Dios, Marcos 1, 29-39




¡Ay de nosotros, sin predicáramos el Evangelio!

Marcos nos cuenta que la ciudad entera se reunió delante de la puerta esperando una palabra del Maestro, una mano amiga que los sanará y los liberara de sus demonios, esos "demonios" que saben reconocer el infinito poder del amor de Dios; porque ese es el verdadero poder de Jesús: su incondicional amor por la humanidad. Esa humanidad frágil y desvalida que encuentra en su paso por la historia; una humanidad que lo busca a tientas, que lo intuye pero que no lo alcanza a comprender del todo, simplemente porque el amor no tiene explicación. 
Como muchas veces he explicado, en tiempos de Jesús, estar enfermo era estar fuera de toda la comunidad; era ser un pecador, impuro, que carecía de todo derecho y comprensión. La enfermedad era entendida como un castigo de Dios a causa del pecado propio o de algún antepasado, por tanto, el enfermo era culpable y pagaba por su mala conducta. Este concepto, además de exclusión, imponía al enfermo, culpa, humillación, vergüenza, que se le sumaba al dolor propio de toda enfermedad. La medicina estaba más ligada a la magia que a la ciencia que hoy conocemos, y, siendo la enfermedad un castigo divino, poco tiempo y esfuerzo se dedicaba a encontrar nuevos tratamientos o medicación. Y por si esto fuera poco, todo aquel que tenía algún contacto con el enfermo, también quedaba impuro; si tocaba alguna yaga o sangre, quedaba impuro, haciendo que se huyera ante cualquier persona que padeciera algún mal. Las enfermedades mentales, era vistas como posesiones satánicas, provocando aún más terror. Los enfermos en Israel, quedaban prácticamente abandonados a su suerte, aún aquellos de clases acomodadas. 
Ahora bien, Jesús enfrenta todos estos prejuicios y los recibe, los escucha, los acompaña; no tiene reparo de tocarlos, imponerles las manos, ni lavar sus heridas. No se fija si es sábado o lunes o domingo, siempre es buen tiempo de dar una mano a alguien que lo precisa. Y lo más importante, no los culpa de sus males, al contrario, los bendice y admira su fe, poniéndola por encima de las de los fariseos, celosos guardianes de la Ley y su cumplimento. Y al dar este trato a los enfermos, enseña a sus discípulos a comportarse de igual manera; les abre el entendimiento y el corazón para acercar los unos a los otros, en el amor y el servicio. Porque es en la casa de Simón que los recibe y será esa casa la señalada por los celosos observadores de la Torá. 
Pero el camino recién está empezando y la Buena Noticia del amor de Dios debe ser llevada a todas partes; no los dejaba huérfanos, allí la Palabra había sido anunciada y los hechos habían demostrado que esa Palabra era cierta y para todos. Ahora solo quedaba vivirla.
También hoy, pese a la mirada distinta que tenemos de la enfermedad, cargamos con muchos prejuicios, miedos e ignorancia. Y no solo en lo que se refiere a la salud, los tenemos en un sin fin de cosas y costumbres que nos rodean. Desde qué tipo de vestimenta debemos usar en la misa a si debemos ser solidarios solo con quien se lo merece, como si tuviéramos alguna idea de quien merece o no nuestra ayuda, olvidando que no se trata de "merecimientos" sino de gracia. Y es por eso que Pablo exclama: ¡Ay de mí, si no predicara el Evangelio! Esa gracia inmerecida que recibimos, nos colma de tal manera el alma, que no podemos callarla, ni mezquindarla a nadie, sea quién sea. Esa es la Buena Noticia. La Buena Noticia que debemos llevar siempre a todas partes, a todos para ganar aunque sea algunos. 

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