Evangelio y Lecturas del día 16 de marzo de 2025

2° Domingo de Cuaresma: La Transfiguración de Jesús

Primera Lectura

Lectura del Libro del Génesis

Dios sacó afuera a Abrám y le dijo: «Mira hacia el cielo y, si puedes, cuenta las estrellas». Y añadió: «Así será tu descendencia». Abrám creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación.
Entonces el Señor le dijo: «Yo soy el Señor que te hice salir de Ur de los caldeos para darte en posesión esta tierra». «Señor, respondió Abrám, ¿cómo sabré que la voy a poseer?». El Señor le respondió: «Tráeme una ternera, una cabra y un carnero, todos ellos de tres años, y también una tórtola y un pichón de paloma». Él trajo todos estos animales, los cortó por la mitad y puso cada mitad una frente a otra, pero no dividió los pájaros. Los animales de rapiña se abalanzaron sobre los animales muertos, pero Abrám los espantó.
Al ponerse el sol, Abrám cayó en un profundo sueño, y lo invadió un gran temor, una densa oscuridad.
Cuando se puso el sol y estuvo completamente oscuro, un horno humeante y una antorcha encendida pasaron en medio de los animales descuartizados. Aquel día el Señor hizo una alianza con Abrám diciendo: 

«Yo he dado esta tierra a tu descendencia,
desde el torrente de Egipto hasta el Gran Río,
el río Eufrates».

Palabra de Dios, Génesis 15, 5-12. 17-18

Salmo responsorial

R/ El Señor es mi luz y mi salvación

El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es el baluarte de mi vida,
¿ante quién temblaré? R/

¡Escucha, Señor, yo te invoco en alta voz,
apiádate de mí y respóndeme!
Mi corazón sabe que dijiste:
«Busquen mi rostro».
Yo busco tu rostro, Señor. R/

No apartes tu rostro de mí.
No alejes con ira a tu servidor,
tú, que eres mi ayuda;
no me dejes ni me abandones,
mi Dios y mi salvador. R/

Yo creo que contemplaré las bondades del Señor
en la tierra de los vivientes.
Espera en el Señor y sé fuerte;
ten valor, y espera en el Señor. R/

Segunda Lectura

Lectura de la Carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses

Sigan mi ejemplo, hermanos, y observen atentamente a los que siguen el ejemplo que yo les he dado. Porque ya les advertí frecuentemente y ahora les repito llorando: hay muchos que se comportan como enemigos de la cruz de Cristo. Su fin es la perdición, su dios es el vientre, su gloria está en aquello que los cubre de vergüenza, y no aprecian sino las cosas de la tierra. En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner a todas las cosas bajo su dominio.
Por eso, hermanos míos muy queridos, a quienes tanto deseo ver, ustedes que son mi alegría y mi corona, amados míos, perseveren firmemente en el Señor.

Palabra de Dios, Filipenses 3, 17—4, 1

Evangelio según San Lucas

Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron a gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Él no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube entonces se oyó una voz que decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo». Y cuando se oyo la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto. 

Palabra de Dios, Lucas 9, 8b-36


Escúchenlo

Jesús se retira a orar en compañía de Pedro, Santiago y Juan, los discípulos que, tras su partida, serán los Apóstoles que liderarán la Iglesia primitiva. Allí, en profunda oración y en la inmensa soledad de las alturas de un monte, Jesús se transfigura, revelando el esplendor de su gloria. Junto a él, Moisés y Elías conversan sobre su Pascua en Jerusalén. Finalmente, una nube llena todo el lugar y una voz dice: Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo. 
En esta escena, llena de simbolismos, Lucas reúne a Jesús con Moisés y Elías en una conversación acerca de la Pascua mesiánica que se avecina; Moisés, el libertador que sube al Sinaí para recibir la Ley de Dios, pilar fundacional de Israel; y Elías, el gran profeta arrebatado por Dios, cuya actividad marcó toda la enseñanza profética del judaísmo. La Ley y los Profetas se dan cita para anunciar la gloria del Hijo y la Redención que trae a este mundo, y así, Lucas anuncia a su comunidad —y a nosotros hoy— la trascendencia del misterio divino que encierra el Reino de los Cielos, anunciado en la Ley y los Profetas y concretado en la Pascua de Jesús. 
Esta trascendencia solo se revela en la oración, es decir, en una profunda comunión con el Padre; es en el silencio y en la soledad de nuestro corazón que este misterio se nos revela; es allí, donde Jesús se muestra en toda su gloria y donde los "escuchamos". 
Los discípulos, atónitos frente a esta visión, así como nosotros cuando sentimos vívidamente la presencia de Dios, quieren quedarse allí, en ese estadío de gloria, al amparo de todo mal, en esa plenitud de la gracia divina. También nosotros; cuando vivenciamos el poder, la gracia de Dios, no queremos siquiera respirar par que no se nos escape ese instante, ese milagro que nos atraviesa el alma y todo el ser. Pero Jesús, a ellos y a nosotros, nos manda a seguir adelante, a bajar del monte soñado, y volver al mundo y sus desventuras, para transformarlo, para hacerlo Reino de Dios; nos manda a vestir al desnudo, a dar de comer al hambriento; a anunciar la Buena Noticia a los pobres y la Libertad a los cautivos; nos conduce hacia nuestra pascua.
En este tiempo de cuaresma, la Trasfiguración de Jesús es una invitación a escucharlo, a él, al Hijo, al Elegido; escucharlo en el pobre, en el enfermo, en el que sufre, en el que espera justicia. Escucharlo en nuestros vecino, y principalmente, en nuestra familia, a la que muchas veces desatendemos en el "nombre de Dios". La trasfiguración de Jesús en nuestra vidas debe ser siempre un encuentro con lo que fuimos, con lo que buscamos ser, con la Voluntad divina, que concreta en nuestra vida lo imposible, haciéndolo cotidiano hasta trasformar toda la fas de la tierra.

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