Evangelio y Lecturas del día 2 de marzo de 2025

 Sean misericordiosos

Primera Lectura

Lectura del Libro del Eclesiástico

Cuando se zarandea la criba, quedan los residuos;
así los deshechos de un hombre aparecen en sus palabras.
El horno pone a prueba los vasos del alfarero,
y la prueba del hombre está en su conversación.
El árbol bien cultivado se manifiesta en sus frutos:
así la palabra expresa la índole de cada uno.
No elogies a nadie antes de oírlo razonar,
porque allí es donde se prueban los hombres.

Palabra de Dios, Eclesiástico 27, 4-7

Salmo responsorial

R/. Es bueno darte gracias, Señor.

Es bueno dar gracias al Señor,
y cantar, Dios Altísimo, a tu Nombre;
proclamar tu amor de madrugada,
y tu fidelidad en las vigilias de la noche. R/.

El justo florecerá como la palmera,
crecerá como los cedros del Líbano:
trasplantado en la Casa del Señor, 
florecerá en los atrios de nuestro Dios. R/. 

En la vejez seguirá dando frutos,
se mantendrá fresco y frondoso,
para proclamar qué justo es el Señor,
mi Roca, en quien no existe maldad. R/. 

Salmo 91, 2-3. 13-16

Segunda Lectura

Lectura de la 1° Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios

Cuando lo que es corruptible se revista de la incorruptibilidad y lo que es mortal se revista de la inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón? Porque lo que provoca la muerte es el pecado y lo que da fuerza al pecado es la ley. ¡Demos gracias a Dios, que nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo!
Por eso, queridos hermanos, permanezcan firmes e inconmovibles, progresando constantemente en la obra del Señor, con la certidumbre de que los esfuerzos que realizan por él no quedarán en vano. 

Palabra de Dios, 1° Corintios 15, 54-58

Evangelio según San Lucas

Jesús hizo esta comparación: «¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo? El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro. ¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano, "deja que te saque la paja de tu ojo", tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja en el ojo de tu hermano.
No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas en las zarzas. El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca».

Palabra de Dios, Lucas 6, 39-45


La viga de nuestro ojo

En tiempos de Jesús, las autoridades religiosas, que también ejercían el poder político, estaban llenas de codicia y envueltas es mezquinas intrigas de poder, alejados del pueblo humilde, al que debían servir. Tenían un celo fanático a la hora de juzgar el pecado de los demás; la misericordia y el amor de Dios eran privilegio exclusivo de ellos, que administraban a su antojo. El pobre era pobre por culpa de sus pecados; el huérfano era huérfano por culpa de sus pecados; el enfermo estaba pagando la culpa de sus pecados; "pecados", era simplemente la palabrita mágica para achacarles todos los males del mundo a la gente sencilla, y quedar impolutos de absolutamente todo por ser sacerdotes, escribas o fariseos, santos y conocedores de la Ley, una ley que habían vuelto humana, plagándola de cargas imposibles de llevar a cabo. Todo pecado era motivo de sanción, es decir, de costosos e intrincados sacrificios, y hasta la expulsión del Templo, que no era otra cosa que la total expulsión de la comunidad. 
Es en este contexto que Jesús enseña a sus discípulos cómo debe ser esa pequeña comunidad que se está gestando en medio de un poder político-religioso tirano y codicioso. Entre ellos no debe existir la vanidad ni la soberbia, todos hermanos e igualmente solidarios unos con otros, deben tener el perdón y la misericordia como regla de vida. No juzgar al otro desde la soberbia de creerse superior a nadie, porque todos son pecadores y han recibido la misericordia de Dios, que es Padre de justos y pecadores por igual, y a todos por igual, acepta como hijos en su Reino. No hay clases iluminadas ni superiores entre ellos; hay hermanos que se ayudan y se sostienen; que acompañan en el dolor y se animan unos a otros para superar las pruebas de la vida. Es Dios quien juzgará a cada uno a su debido tiempo y separará la paja del trigo. 
En nuestros tiempos, con una Iglesia divida y en constantes disputas de poder, la realidad que vivimos nos enfrenta al mismo desafío que a aquellos primeros discípulos: construir una comunidad fraterna en medio de una Iglesia cristiana que se olvidó de Cristo, reemplazandolo por títulos y honores humanos, muy alejados de los pobres a los que deben servir. Una madeja infernal de sacramentos, preceptos y ritualismos nos envuelve hoy en la falsa creencia que "con dos padrenuestro el asesino revivirá a su muerto". Volver a la primitiva Iglesia de Cristo, en donde todos eran servidores de todos, y no existía entre ellos nadie necesitado, es la gran misión que nuevamente nos encomienda Jesús; sin revoluciones separatistas ni cruentas luchas entre hermanos, sino cambiando nuestro corazón, replanteándonos nuestra fe, nuestra misericordia, nuestro perdón. Tanto nos ha perdonado Dios a nosotros, tanta paciencia ha tenido siempre con nuestras rebeldías y caprichos, tanto amor y bien nos ha dado siempre sin haberlo merecido, que bien podríamos retribuirle con lo único que espera de nosotros: que nos amemos los unos a los otros como él nos ama. 

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